Por Pbro. Dr. José Juan García
Este domingo leemos en comunidad el evangelio de san Lucas 18, 9-14: ‘En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
‘Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
‘¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo’’.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
‘Oh Dios!, ten compasión de este pecador’’.
Les digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’’.
Polos muy opuestos
El texto del evangelio es una de esas piezas maestras que Lucas nos ofrece. Los dos Polos de la narración son muy opuestos: un fariseo y un publicano. Es un ejemplo típico de estas narraciones ejemplares en las que se usan dos personajes: el modelo y el anti-modelo.
El fariseo está ‘de pie’’ orando; el publicano, alejado, humillado hasta el punto de no atreverse a levantar sus ojos. El fariseo invoca a Dios y da gracias de cómo es; el publicano -humilde- invoca a Dios y pide misericordia y piedad.
Lo que para Lucas proclama Jesús delante de los que le escuchan es tan revolucionario que necesariamente debía llevarle a la muerte y, sin embargo, hasta un niño estaría de parte de Jesús, porque no es razonable que el fariseo ‘excomulgue’’ a su compañero de plegaria. Pero la ceguera religiosa es a veces tan dura, que lo bueno es siempre malo para algunos. Lo bueno es lo que ellos hacen; lo malo lo que hacen los otros. ¿Por qué? Porque la religión del fariseo se fundamenta en una seguridad viciada y se hace monólogo de uno mismo.
Es una patología subjetiva desde donde ve a Dios y a los otros como uno quiere verlos y no como son en verdad. En realidad solamente se está viendo a sí mismo. Esto es más frecuente de lo que pensamos.
Por el contrario, el publicano tendrá un verdadero diálogo con Dios, un diálogo personal donde descubre su pobreza y necesidad y donde Dios se deja descubrir desde lo mejor que ofrece.
El fariseo, le está pasando factura a Dios. El publicano, por el contrario, pide humildemente a Dios su factura para pagarla. El fariseo no quiere pagar factura porque considera que ya lo ha hecho con los diezmos y ayunos.
El fariseo, en vez de confrontarse con Dios y con él mismo, se confronta con el pecador; aquí hay un vicio religioso radical. El pecador que está al fondo y no se atreve a levantar sus ojos, se confronta con Dios y consigo mismo y por eso Jesús está más cerca de él que del fariseo.
El pecador ha sabido entender a Dios como misericordia. El fariseo, por el contrario, nunca ha entendido a Dios rectamente. Éste extrae de su propia justicia la razón de su salvación y felicidad; el publicano solamente se fía del amor y de la misericordia de Dios.
El fariseo, que no sabe encontrar a Dios, tampoco sabe encontrar a su prójimo porque nunca cambiará en sus juicios negativos sobre él.
El publicano, por el contrario, no tiene nada contra el que se considera justo, porque ha encontrado en Dios muchas razones para pensar bien de todos.
El fariseo ha hecho del vicio virtud; el publicano ha hecho de la religión una necesidad de sanación verdadera. ¿Qué actitud asumimos nosotros?

