Por Carlos Salvador La Rosa – Sociólogo y periodista
Los radicales no fueron moco de pavo. La UCR no fue un partido político más. Tiene al menos dos inmensos hitos históricos que adjudicarse: con él se inició la democracia de masas en 1916 y con él se inició la democracia republicana plena en 1983.
No obstante, toda la importancia que tuvieron los radicales desde Alem e Yrigoyen a Alfonsín, o sea durante un siglo entero, la perdieron en lo que va del siglo XXI hasta convertirse en lo que son hoy, mejor dicho, a lo que no son. La pura intrascendencia.
Es cierto, sobreviven en algunas provincias e intendencias, pero cada referente con dominio territorial pelea nada más que por su feudo, imposibilitado de reconstruir algún proyecto nacional. E incluso, después de Juntos por el Cambio, ni siquiera de poder participar aún como socio menor en algún proyecto nacional.
Solemos decir que durante lo que va de este siglo, la única Meca radical sobreviviente es la mendocina, donde además sus principales líderes fueron de los pocos radicales del país que intentaron renacionalizar el partido, aunque con resultados frustrantes. Y eso que llegaron a ser presidentes de la UCR políticos mendocinos tan importantes como Roberto Iglesias, Ernesto Sanz y Alfredo Cornejo. Pero nada, el partido terminó en las manos de Martín Lousteau, un hombre cuyo currículum (más bien prontuario) de atrocidades políticas es tan grande que no es posible enumerarlo en una sola (ni en muchas) notas.
El único evento político nacional trascendente del siglo XXI en que lograron ser los protagonistas principales fue el liderado por Julio Cobos. Quien siendo gobernador de Mendoza, convocó a otros gobernadores radicales y firmó un pacto “transversal” con el entonces presidente Néstor Kirchner. Uno de los errores políticos más grandes de toda la historia del radicalismo, porque introdujo el huevo de la serpiente populista en el seno del partido republicano por excelencia, aún en su ocaso. Fue tan pésimo el negocio que, en los hechos, los radicales mendocinos propulsores del dislate solo obtuvieron una vicepresidencia intrascendente que les costó perder la estratégica gobernación provincial.
Sin embargo, a los pocos meses, el (previsiblemente) inexistente vicepresidente Julio Cobos fue empujado por el destino a tener que desempatar en el más crucial debate de la era kirchnerista, uno que podía definitivamente cambiar la historia para un lado o para exactamente el contrario. Y Cobos votó para el lado justo de la historia, por las razones que cada cual le quiera adjudicar. Ese voto, le transformó en uno de los políticos nacionales más importantes del momento. Odiado por los kirchneristas (primera medalla) y adorado por el resto (segunda medalla). Paradojalmente, Cobos fue a la vez el responsable del peor error histórico nacional del radicalismo en todo el siglo XXI, pero también el responsable del más grande acierto histórico nacional del radicalismo en lo que va del siglo XXI.
No obstante, aunque su decisión “no positiva” cambió la historia del país, no alcanzó para que el radicalismo volviera a devenir un partido nacional importante. Luego hubo otros intentos de renacionalización. En 2015, Ernesto Sanz fue el principal propulsor radical de Cambiemos a nivel nacional. Y después Alfredo Cornejo intentó crear, al advenimiento de Javier Milei, una nueva alianza nacional continuación de la anterior, pero ampliada: vale decir, sumar lo que quedaba de Juntos por el Cambio con el mileismo, pero a nadie le interesó demasiado.
Por lo tanto, hoy lo poco que queda de ese último intento de alianza nacional entre la UCR, el PRO y LLA es un interbloque en la Cámara Baja con una quincena de diputados del PRO de los cuales la mayoría está pensando cuando borocotizarse hacia el partido único donde Karina Milei los espera con los brazos abiertos, siempre que ellos se afilien con la cabeza agachada. Mientras que, los radicales de ese interbloque son apenas seis y para colmo, en lo único que le interesa al presidente Milei del presupuesto nacional (la derogación de la ley universitaria y la de discapacidad), estos seis radicales votaron la mitad de una forma y la otra mitad de la contraria (sin olvidar que varios de ellos, en las dos oportunidades anteriores en que se debatieron estas mismas leyes, votaron lo contrario a lo que votaron en esta oportunidad). Políticamente hablando, esquizofrenia pura, producto de una debilidad estructural por la cual se simula una alianza nacional que al partido de gobierno no le interesa en absoluto.
¡Cómo para que no estén llorando Hipólito Yrigoyen y Raúl Alfonsín!, aquellos dos prohombres de la República soñada, que supieron volar tan alto al comando de un avión radical históricamente poderoso, pero que hoy apenas tiene poco más que un bloque de diputados nacionales que cabe en un ascensor y un partido con un nuevo presidente (que aunque sea un referente formal del gobernador santafesino Pullaro) fue elegido con el aval y en representación de lo que en la jerga radical interna se llama “la corporación de los malos”, vale decir Lousteau, Yacobitti, Morales y Angelici.
Ernesto Sanz, que admite sin tapujos la crisis inmensa del radicalismo actual, no obstante, se aferra a una esperanza cuando nos dice: “Yo creo que hasta que no haya una opción de centro equidistante del populismo de derecha y del populismo de izquierda no hay posibilidad de formar un sistema político viable en la Argentina”. Lamentablemente, a la vez Sanz cree que el problema de la oposición no kirchnerista a Milei es que no tiene candidato a presidente para el 2027 y que difícilmente pueda llegarlo a tener.
