De Abogado muy joven, hice la defensa de un delincuente y, como puede ocurrir con alguno de estos casos, no me pagó. Como había firmado un pagaré, lo ejecuté, dudando de poder encontrarle algún bien para cobrarme. No tenía nada a su nombre. Sin embargo, al concurrir con un Oficial de Justicia a su domicilio vimos, junto a los restos de lo que había sido un gallinero, un auto viejísimo, totalmente cubierto de tierra, barro, hojas y cuanta mugre podía imaginarse, que estaba allí arrumbado desde hacía muchos años. No tenía batería, la dirección estaba cortada y sus viejas ruedas estaban en pie porque eran de caucho macizo.

Era un antiguo Exes ingles, modelo 1929, que en sus albores había sido un auto de lujo, con pescante, hermosos faros delanteros y otras bellezas disimuladas por la vejez y el abandono.

Debimos rematarlo en el lugar, porque era imposible sacarlo de allí, en las condiciones en las que estaba. Pensé que algo íbamos a sacar de aquel monto de hierros y deshechos abandonados. Un gran amigo, el Quelo, mecánico de toda la vida, se ofreció hacer algo por él.

Esa misma mañana del remate, se lo llevó remolcado a su taller, prácticamente arrastrándolo, y a la noche -como un milagro- se presentó a mi casa conduciendo el auto. Lo había lavado, colocado una batería usada, unos litros de nafta. y había atado la dirección con un alambre. Contó que sólo fueron necesarios dos o tres manijazos, porque arrancaba a manija, y el milagro había ocurrido: el auto se puso en movimiento y desde entonces anduvo mucho tiempo como un relojito.

Un día, hubo la feliz idea de presentarlo en nuestra fiesta mayor, y fue atracción de los carnavales, repleto de amigos que decidieron cargarlo disfrazados de Los Beberly Ricos.

Atiborrado de bombazos, serpentinas y papel picado, el peso de años irrecuperables y quejas de huesos marchitos, recorrió aquellas calles cordiales de un San Juan que se había acostumbrado a sepultar en festejos sanos terremotos y ausencias en el agasajo ostentoso y pasional de sus corsos. El hermoso ejemplar de un pasado de automóviles a manija y pescante, recuperó la vida ultrajada por el flagelos de los años y el abandono, se coló entre nosotros como resucitación de pájaros perdidos, fue niño y guerrero de nuevo, bombardeó atardeceres con su canto estremecedor de matraca y paso de jovencita, y un día fue vendido por pocos pesos y con mucha historia a alguien que también amaba estos piropos del pasado.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.