Había nacido en 1516 en un rincón castellano que llaman “Corazón de Tierra de Campos” o “Ciudad de los Almirantes”, pero cuyo nombre oficial es “Medina de Rioseco” (foto). Una ciudad señorial, que ya en época del Imperio Romano era un importante nudo de comunicaciones por lo que también recibió el nombre de “La India chica”, y declarada hace varias décadas Patrimonio Histórico-Artístico de la provincia de Valladolid, capital de la actual Castilla y León, una de las 17 comunidades autónomas en que hoy se encuentra dividida España.
Adentrarse por sus reposadas calles en cuyo cielo se perfilan viejas cornisas y antiquísimas fachadas que se enredan con la prudente modernidad de unos cuantos edificios de reciente construcción, permite descubrir brochazos del mismo paisaje que conoció Juan Jufré, fundador de San Juan de la Frontera, antes de su partida a América.
Sentimientos encontrados
Los pueblos originarios locales que han sentenciado su rotunda crítica por los motivos de la llegada de Jufré a estas tierras casi al pie de los Andes en aquel 1562 del siglo XVI, merecen todo nuestro respeto, pero cuando es un sanjuanino quien visita Medina de Rioseco, aquel pueblo castellano, surgen sentimientos encontrados entre la bruma secular que es necesario sacudirse pronto.
Las veredas, pequeñas, antiguas, algunas visiblemente torturadas por el tiempo, aprueban sumisas el insólito trashumar de estos extraños pasos de allende los Andes.
El olor del aire que sopla suave, parece la sabia confusión de agrestes aromas calingastinos humedecidos por el reciente chaparrón, mezclados en una enorme pila medieval cuya súbita presencia sume al visitante en la extraña profundidad de los siglos. Además, el perfil de las esquinas recuerda de inmediato un rincón de la ciudad de Jáchal, con quien esta ciudad tiene otras cosas comunes en la historia como el arreo de ganado en pie que fue clave en la economía de aquel siglo XVI del joven Jufré.
A las doce del mediodía la huella de un cocido castellano (nuestro tradicional puchero de carne, chorizo, garbanzos, tocino y verduras) escapa de más de una casa, galopando inclemente en los ocasionales estómagos paseantes.
Cuando Juan conoció a Costanza
La experiencia de un sanjuanino, como quien esto escribe, en aquellas tierras representa zambullirse en la sempiterna luz castellana, creyendo descubrir de pronto un tácito romance entre Castilla y Tulum. El 26 de octubre de 1552 Jufré se casó por poderes con Costanza de Meneses, natural de Castilla, mientras él se encontraba en Perú. Integrado ya a la carrera militar, primero en Perú y luego en Chile, Jufré debió esperar dos años para conocer a su esposa, naturalmente entre confusas nostalgias y pasmosos silencios, más allá de quienes le atribuyen en ese lapso alguna furtiva relación con cierta desconocida nativa. Pero el día llegó y Juan y Costanza (que había sido elegida para este matrimonio por los padres de Jufré), se vieron por primera vez en 1554 en Santiago de Chile, ciudad a la que se había trasladado Jufré y donde finalmente, ya ancianos, murieron ambos y donde reposan sus restos.
La relación conyugal había comenzado ocho años antes de llegar a esta tierra de huarpes y fundar San Juan de la Frontera el 13 de junio de 1562. Y mientras nacía San Juan en el mundo conocido se abría una época de gran originalidad, alejándose de las formas medievales de sentir y pensar. Se observaba una fuerte actividad artística y literaria, aunque el beso de una pareja en público solía terminar con la decapitación del varón. Aparecía la costumbre de tocar las copas antes de beber en señal de brindis y Archimboldo, antecesor del surrealismo, creaba cuadros con frutas y legumbres. A su vez nacía Lope de Vega, ilustre poeta y autor teatral de ese Siglo de Oro español, y al decir de García Márquez, aquel mundo “era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
- Medina de Rioseco
Medina de Rioseco en la actualidad es tierra de labor no irrigada, que centra su actividad agrícola en los cereales, en la ganadería (ganado vacuno y ovino) y en la industria de fundición de hierro, pero todo en pequeña escala. De aquellos días de 1538 cuando con 20 años Juan Jufré partió hacia América, hacia Perú, hacia Chile, hacia Cuyo y Tulum, aún permanecen, erguidos y soberbios, grandes monumentos, dos iglesias, numerosas tradiciones, un bellísimo paisaje de llanura agrícola y ganadera y un aire de tranquilidad y sosiego que sella el encanto del pueblo.
La iglesia de Santa María de Mediavilla que data del siglo XV, a la que los investigadores castellanos admiten que acudió Jufré de niño con sus padres, Francisco Jufré de Loaisa y Cándida de Montesa, está ahí altiva abriendo sus puertas como todos los días de todos estos siglos pasados.
En la plaza Mayor se alza el Ayuntamiento, el Centro de Salud más importante y una gran biblioteca que ha vuelto a poseer patrimonio bibliográfico. Por la avenida de Juan Carlos I, a la vuelta del convento donde en diciembre de 1580 pernoctó Santa Teresa de Jesús, se percibe el exquisito aroma a anís de unas delicias recién hechas. Es la pastelería “Marina”, famosa en Castilla desde 1858 por la fórmula secreta de los pastelillos (harina, anís y aceite secretamente mezclados).
Es la fascinante e inagotable continuidad de la vida, del tiempo, de la historia, del mundo, en esa ciudad con sus títulos de Muy Noble y Muy Leal, de 4.537 habitantes en la actualidad (censo año 2024), de donde partió el fundador de San Juan de la Frontera y nunca más volvió.
Por Luis Eduardo Meglioli
Periodista.
Referencias: “Madrid y la economía española, 1560-1850”, David R. Ringrose, Alianza Ed., Madrid, 1985); “Cuadernos Historia 16′, “La vida en el Siglo de Oro”, Ricardo García C.; “La vida cotidiana en el Siglo de Oro español”; Néstor Luján, Ed. Planeta, Barcelona, 1992; “Así que pasen 5 siglos”, Jesús Díaz, El País, 15/08/1988, y entrevistas del autor en Medina de Rioseco y archivo de Simancas (Valladolid). Foto: historia-hispanica.rah.es

