Así como, desde el origen la danza estuvo unida a sangre y fuego a la música, el folklore hubo un día muy lejano cuando la poesía se rindió a sus pies y decidieron un romance estrecho, indisoluble y contra todo, como deben ser los grandes amores.

Debemos ubicarnos en los días de Gardel – Razzano y sus guitarristas y destacar que entonces los más resonantes éxitos del folklore fueron de la mano de la tonada.

Pasa que integraba la troupe del Zorzal Criollo, Saúl Salinas, ilustre músico sanjuanino. De él nacieron infinidad de tonadas, varias de las cuales hizo incorporar al repertorio de Gardel. Sin entrar en la estrictez de una investigación histórica, puede afirmarse que allí se afincaron las primeras tonadas, vigentes hasta hoy.

Un sentimiento popular
La tonada es algo especial, de eso no hay dudas. Cuando a los cantores o compositores se nos reconoce por la calle, una frase cariñosa es decirnos “por qué no se canta una tonada”, o “cuándo nos va a cantar una tonada”. Nadie nos dirá por qué no cantamos una cueca, un gato, una zamba, una chacarera o una canción. Es, pues, la tonada un símbolo y la más cara e íntima aspiración de la gente simple y comunicativa, un sentimiento popular arraigado entre nosotros.

La tonada es un canto o historia de amor por excelencia. En ella caben las despedidas, los encuentros, las pasiones, el amor negado y el amor compartido, como en el tango; en suma el sentimiento más sensitivo de la vida misma; su construcción musical es absolutamente diferente a todas las otras conocidas en el campo popular, por su cadencia, la riqueza de su síncopa y la belleza de sus melodías, generalmente asentadas en algunos moldes musicales que en todas ellas en cierto modo se repiten a través del tiempo. Tratar de llegar a su encuentro a partir de los intérpretes de nuestra predilección es una experiencia excitante que bien vale la pena intentar. A todos de algún modo nos ha ocurrido: una vez que entramos en su territorio, como la mujer querida nadie nos llegará al alma como ella.

Poetas de la tonada
Dice Salinas en “La Rosa Encarnada” o “Una rosa para mi Rosa”, título alternativo: “Toma esta rosa encarnada y ábrela que está en capullo. Hallarás mi corazón abrazado con el tuyo, no llores mi alma, no llores no, que por tu ausencia me muero yo”.

El “Víbora” Salinas, ése su apodo, no se quedó allí, inmortalizó su tonada “Sanjuanina de mi amor”: “Sanjuanina de mi amor vos me tenís” medio loco. Tu indiferencia y rigor me matarán poco a poco, sanjuanina de mi amor”…

Dando un salto o vuelo gigantesco, recalamos en nuestra provincia, donde un contemporáneo, Daniel Giovenco, se erige en uno de los más exquisitos poetas de la tonada: Describe el autor y compositor: “De borracho se olvidaba, que en la esquina agazapada lo esperaba entre los yuyos su pobreza, y el sermón que le encajaban, que de a poco lastimaba le devuelven poco a poco su tristeza…” (Su tonada La del Ferro).

Otro contemporáneo, fallecido no hace mucho, radicado en San Juan casi toda su vida, de origen mendocino, Raúl Rubilar, con quien grabamos más de cinco álbumes, describe bellamente en su obra “Es la Tonada la flor”: “Ocultaba la luna su cara. amparando el beso de los que se aman, y el balcón que fue un nido de sueños guarda las promesas de amor que escuchaba”.

Desde sus sueños de Huaco, Buenaventura Luna proclama en su tonada “Carrerito Sanjuanino”; “Si la noche está embrujada, carrerito sanjuanino, entóname una tonada y no vuelvas al camino. Canta el zorzal, y es tanta mi pena que quiero llorar”.

En nuestra tonada “Sanjuanina Dulce”, con música de Ernesto Villavicencio, escribo: “A ver si se acuerda cuanto la quería, y andaba un cogollo prendido a mi voz, cual un tonada gris atardecida con la golondrina de su corazón”.

El afamado, Negro Villa, nos entrega en “Guitarrero, Cuyano y Cantor”: “Quién sabe qué luna me andará buscando siguiéndome el rastro por la serenata, tal vez algún criollo me siga nombrando entre los cogollos de alguna tonada. Yo sé que algún día volveré a mi pueblo, nidal de toneles de sangre cuyana, y el corazón mío me estará esperando, mateando en el patio de mi vieja casa”.

Don Buena y la poesía cuyana
Fue quizá a partir de Buenaventura Luna, poeta pensador, testimonial y social, cuando comenzó a consolidarse la fuerza de la poesía cuyana y argentina. Don Buena, describió la vida de personajes antes ignorados, los arrieros, en su ámbito esencial, los valles de la precordillera y las aventuras de una vida natural. Pero también dejó su impronta amatoria, tal su tonada “Otra razón”, que compuso con Carlos Vega Pereda: “No ha de estar muerta tu alma, ni tu pena será tanta, muerta parece la planta que el ventarrón ha vencido, y entuabía le hace nido el ave que ríe y canta”

Reimplantado en Mendoza, adoptado mansamente por su paisaje y sus cosas, Jorge Sosa describe con profunda belleza en su tonada “Otoño en Mendoza”: “No es lo mismo el otoño en Mendoza; hay que andar con el alma hecha un niño; comprenderle el adiós a las hojas, y acostarse en un sueño…”

La poesía ha aportado otros vuelos a nuestra música, fenómeno que hoy se da en casi todos los géneros musicales. También cabe destacar que la composición folklórica ha entregado mucho a la poesía, cuando, por fin, se decidió a ser sonido y sugestión. Desde el sitio de la música tradicional debemos agradecer ese aporte cordial y calificado.

Bienvenidos los poetas al folklore. Bienvenido el mundo del poema al corazón de la música. Uno de los amoríos más épicos y ardorosos parece enseñorearse por siempre en nuestras vidas de peregrinos de la canción. Este camino común, este modo de ver las cosas de a dos, esta actitud emparentada con el afecto, la generosidad y la vida luminosa, jamás podrá ser derrotada.

* La aventura de la canción
En muchos casos el músico ha tentado al poeta a probar la aventura de la canción. Estas asociaciones circunstanciales (porque no es el caso del autor del poema musical, sino de un puro poeta volcado al territorio del canto), ha dado importantes ejemplos fructíferos. El extraordinario poeta, Jorge Leónidas Escudero, es un caso. Cito la tonada-canción “Guitarrita de minero”, compuesta con el músico José Luís Aguado: “En bocamina celeste, bajo un desmonte de astros, te pone cuerdas la nieve, te arrima el viento su canto”.

Cuando los tiempos se encargaron de llevarse al Bar Velásquez, de la tradicional esquina de calle Chile, frente a la plaza de Concepción, uno de esos benditos días de nostalgia, aunque nunca lo había frercuentado, le hice una tonada cuyo título es “La Luna de Bar Velázquez” que dice: “la han visto expiar en la plaza cuando se muere la tarde, y desangrarse en rocío las noches de carnavales; subir por la calle Chile apretadita de azahares, volver con toda la pena porque en la esquina no hay nadie. Está llorando tonadas la luna del bar Velásquez”.

Desde Tunuyán, Jorge Viñas nos entrega con su maestría esa tonada que llamó “Compadre de mi tierra”: “Esa tonada que canta el paisano: brasita del alma que lleva encendida, cantando por Cuyo en un mano a mano, con una guitarra pulsando la vida; guitarra y tonada regala el compadre, cuyana alegría”.

Nuestro extraordinario Carlos Montbrun Ocampo puso letra a la tonada “La Trilla”: “Ayer cubado iba a la trilla te ví que estabas lavando y yo te estaba aguaitado detrás de una jarilla”.

Y volvemos a los orígenes, cuando el Víbora Salinas nos dejó: “Sanjuanina de mi amor, vos me tenís medio loco, tu indiferencia y rigor me matarán poco a poco”. Y: “La Tupungatina”: “Ya me voy por esos campos que añoro a buscare hierbas de olvido y dejarte”…

Y la inmortal “Tonada del Arbolito”, de Pedro Herrera: “Un domingo por la tarde, al rayo el sol, me senté y un arbolito me dijo si queréis sombra te haré”.

Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete