Por Carlos Salvador La Rosa
Sociólogo y periodista
Todo el mundo. esté a favor o en contra de Milei, habla hoy que se está viviendo una “pax” política. En efecto, nunca en los dos años anteriores el presidente tuvo todo tan despejado como para elegir el camino a seguir, cómo seguirlo y con quién seguirlo. La razón es una sola, pero contundente: su triunfo electoral del 26 de octubre que, si bien fue muy bueno en los porcentajes, muchísimo más lo fue por la homogeneidad espacial del mismo: vale decir, ganó en todo el país o donde no ganó casi empató, o aún sin empatar, acercó posiciones en los lugares más inaccesibles, como Formosa. Lo cuantitativo fue bueno, lo espacial fue excepcional. No es que Milei le haya quitado ninguna provincia a nadie (eran elecciones legislativas) pero el país se convirtió en un desierto de dirigentes con proyección nacional, salvo Javier Milei. Hay “pax mileista” porque hoy el futuro es todo suyo. Le basta con cuidarlo, con regarlo todos los días, mientras que el resto de las fuerzas políticas deben, cuando menos, reconstruirse desde muy abajo.
No es que Milei haya arribado a este estado casi ideal para iniciar la segunda parte de su gestión porque haya hecho una primera excepcional, sino porque logró un triunfo electoral excepcional en relación a la situación política y económica con que llegó al 26 de octubre. Eso dejó paralizado e impotente al resto del país político. Pero ojo, esos climas en la Argentina suelen durar, tal cual se decía antes, “como un pelado en la nieve”. Por lo cual debe administrarse con sumo cuidado, con mucho más cuidado del que tuvo casi siempre en sus dos primeros años. Y si lo logra, entonces sí tendrá una presidencia plena, ya no con todos los condicionamientos que tuvo desde fines de 2023 hasta fines de 2025. El caos heredado en lo económico ha quedado bastante atrás, aunque hayan aparecido otros problemas, infinitamente menores a los anteriores. La autoridad política presidencial que Alberto redujo a harapos se ha reconstruido. Y hoy en el Congreso Milei tiene una representación parlamentaria respetabilísima. Junto con un apoyo popular que ya es mucho más suyo que prestado.
De la crisis de gobernabilidad previa a las elecciones, se empieza la segunda parte de la presidencia Milei con una gobernabilidad extraordinaria. Tan extraordinaria que, al menos por un tiempo, podrá hacer el libertario con ella lo que se le cante. Y allí reside su oportunidad y también su riesgo. Porque, en el fondo, todo depende de cual interprete Javier Milei haya sido la principal razón de su triunfo. Que es allí donde aparece el jardín de los senderos que se bifurcan.
Todos, absolutamente todos, incluido los kirchneristas, admiten que el apoyo superlativo de Donald Trump fue un factor extraordinario para lograr el triunfo. Pero, con respecto a las causas interiores, existen dos grandes corrientes que divergen profundamente.
Para los no mileistas (tanto los que colaboran o simpatizan con el gobierno, como los más críticos o incluso los furibundamente enemigos) la principal razón interna del triunfo fue el temor de un regreso del kirchnerismo luego del gran triunfo del 7 de setiembre de Kicillof (el riesgo “kuka”). O sea que no se votó tanto a favor de, como en contra de.
Mientras que para el presidente la razón principal en lo político es haber seguido las instrucciones de su hermana Karina de pelearse con casi todos sus aliados para a cambio lograr tener un partido propio. Y la razón principal en lo económico (en la que aún insiste, aunque esté en disidencia no sólo con todos los que él llama “econochantas”, sino hasta con el FMI de Georgieva y el secretario del tesoro de Trump, Scott Bessent) es que hay que seguir planchando el dólar y que no es necesario aumentar reservas, porque en el fondo lo único que importa para ganar elecciones es la baja de la inflación.
O sea, para los Milei, la crisis de gobernabilidad política y económica que se vivió en los meses previos a las elecciones, fue -paradójicamente- la verdadera razón de su éxito, el costo irremediable que había que pagar para ganar fortaleciendo el poder propio.
Y de esas ideas contradictorias es como nace el nuevo gobierno de Milei: en la superficie muestra voluntad de alianzas, de consensos y a la vez le promete al FMI que cumplirá con aumentar reservas. Pero en lo profundo, lo que parece predominar es el karinismo: quedarse con todo contra todos porque los Milei no quieren compartir el poder con nadie. Además, Javier, aunque no lo pueda decir, está convencido de que sus ideas económicas sui generis son mucho más válidas que hasta las que le recomiendan desde el imperio. Por eso dirá una cosa y hará, en la medida en que lo pueda hacer, otra. Tanto en lo político como en lo económico.
En síntesis, nadie duda que Trump ayudó mucho a Milei a ganar las elecciones. La diferencia está entre quienes creen que Milei ganó sobre todo para que no volviera el pasado y el propio Milei quien cree que ganó por sí mismo, por sus ideas económicas y por el accionar político sectario de su hermana.
Pero sea por una razón o por otra, nunca como ahora el presidente tuvo tantas puertas abiertas para elegir por cuales entrar. Es como si el 10 de diciembre que viene iniciara, con todos los auspicios, el primer día de su presidencia en la plenitud de sus atributos. O sea, que hoy por hoy, todo, absolutamente todo, depende de él. Ni Trump ni nadie, sólo él será el artífice de su éxito o de su fracaso. Y el de todos nosotros, por añadidura.

