Llegó de Moclín, Granada, España, muy chico en tiempos de las olas inmigratorias, y con sus padres se radicó en San Juan, en La Rinconada, Pocito, ya por entonces, importante zona agrícola del sur provincial. Es Antonio de la Torre, nacido en 1904 y nacionalizado argentino. Fue convocado en el inicio de su madurez para ser la más alta autoridad de Cultura de la Nación, durante el gobierno de Arturo Illia, pero sobre todo fue uno de nuestros poetas mayores en poesía, prosa, crónicas de viajes y ensayos.
Profesor de la Universidad Nacional de Cuyo, miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras, colaborador del diario “La Prensa”, recibió distinciones como escritor a nivel nacional en varias ocasiones hasta su fallecimiento en 1976.
Sus hijos, Antonio, Enrique, Graciela y Elena coinciden en que “era un hombre aferrado a los valores democráticos y defensor a ultranza de la libertad de prensa y de expresión; ideológicamente liberal, un libre pensador”.
Pero su esposa, Nora Aubone, que muy jovencita lo conoció en una boda y luego fueron vecinos tras el terremoto de 1944, dijo de él en el prólogo de la “Antología Poética de Antonio de la Torre” que el hecho “de haber compartido todas sus horas y haber sido su colaboradora más cercana en su mundo literario durante los treinta años que duró nuestro matrimonio” permitió conocerlo como nadie.
Tanto que, desde el primer momento, aún novios, Antonio le escribió toda una declaración de amor en la dedicatoria de su libro “Mi padre labrador”, cuando se lo regaló previo a la boda que tuvo lugar el 30 de marzo de 1946: “Color de espiga tu pelo,/como la aurora tu tez,/tu espíritu, la esperanza,/y tu corazón, de miel. /Ya sabes cuál es la causa de que a tu lado yo esté”.
Antonio de la Torre fue convocado para ser la más alta autoridad de Cultura de la Nación, durante el gobierno de Arturo Illia, pero sobre todo fue uno de nuestros poetas mayores en poesía, prosa, crónicas de viajes y ensayos.
“Ya no puede apagarse minombre”
Hace pocos años, los hijos de ambos, antes citados, y la Editorial de la UNSJ, publicaron “Ya no puede apagarse mi nombre”, una compilación de toda la poesía escrita por Antonio, realizada por su hija Graciela y prologada por el escritor y docente Dr. Juan Mariel Erostarbe.
Pero es por San Juan y sus pueblos y caminos que nos llevó a recordar hoy en DIARIO DE CUYO al gran poeta cuando escribió sobre ellos en su “San Juan: voz de la tierra y del hombre” (G. Kraft, 1952): “Caminos de Tulum, alas del valle eglógico y tranquilo ( ) Caminos enroscados a los cerros entre vertiginosos laberintos por donde el soplo varonil del zonda quema las castas flores de los quiscos (à); Caminos de Pachaco y Calingasta, hermanos de las nubes y del río; caminos de Barreal, mansos de cielo, senda de Ansilta ansiosa de infinito; (à) Cuestas de Villicum y Talacasto, murientes de horizontes fugitivos; caminos del bucólico Tudcum, solitario, romántico y sencillo; serranías fragantes de Angualasto, ideales en el verso y el suspiro.
Caminos extenuados de cansancio en los llanos de Jáchal, mortecinos; inquietantes senderos de Paslian, horadando los cerros y los siglos; rumbos a Huaco, Mogna y Tucunuco/ en la inmensa distancia repartidos. Huellas a Valle Fértil, mal trenzadas Usno, Astica, Chucuma, Las Tumanas, en el amplio resol adormecidos.
Senderos de Pocito, pedregosos, los del Médano de Oro, siempre umbríos; y los del Pedernal, llenos de aurora y los de Huanacache, anochecidos. Huellas de Angaco, siempre polvorosas; industriosos caminos de Albardón (à). Caminos de Caucete, vigorosos; caminos de Los Berros, cristalinos; sendas claras de Ullum, donde se alcanza la fuerza imponderable del idilio.
Caminos de esta tierra y de mi vida, y de mi corazón, que va contigo; frágil rumbo del hombre y de la estrella, claras rutas del pájaro encendido, musicales senderos de las aguas en el hondo milagro de los ríos”.
Por Luis Eduardo Meglioli
Periodista
Fuentes: “Antonio de la Torre, Antología poética”, San Juan, 1999