Este domingo leemos en comunidad el evangelio según san Juan 3, 13-17: “En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
El diálogo con Nicodemo es una de los momentos más significativos del evangelio de Juan. Habría que pensar en el trasfondo de la comunidad de Juan. Hubo enfrentamientos muy fuertes entre judíos y cristianos, y esto se refleja en este evangelio. Pero también hubo judíos que con toda su carga religiosa y su tradición querían buscar la verdad, la luz, el agua viva, el nuevo maná. Los israelitas en el desierto protestaban contra el maná y vinieron serpientes. Estos conceptos teológicos son propios del evangelio de Juan.
Este evangelio se construye con un mensaje de “salvación” que se pone de manifiesto desde la misma presencia de Jesús en la “encarnación”. Jesús es el “revelador” de la salvación y quien se encuentra con él y cree en él, se encuentra con la vida. El texto, además, intenta superar la escena religioso-culturalista de la primera lectura (Núm 21,8). Ahora los hombres no tienen que mirar a una serpiente para alcanzar la salud, sino al trono de la cruz, donde ha sido elevado el Hijo del hombre. Ahora la salvación no es mirar a un animal venenoso, por mucho simbolismo que tuviera en la antigüedad y en la Biblia.
En la cruz está el “hijo del Hombre”. Y allí está también la glorificación. Dios Padre es glorificado en su Hijo que se entrega plenamente en el sacrificio. Una entrega nueva e inaudita. Y esto lo explica la teología de Juan como “amor” de Padre al mundo. Es, probablemente, la afirmación respecto a la salvación, más decisiva en el evangelio.
El Hijo de Dios ha venido entregado por el Padre “para salvar” al mundo. El mundo en San Juan son los hombres que no aceptan el proyecto salvífico de Dios. Bien, pues ese Dios no odia al mundo, sino que lo ama y así lo muestra en el misterio de la entrega del Hijo.
El juicio de nuestra salvación futura no es tanto una decisión jurídica y complicada de última hora ante un cruel tribunal divino. Es en el presente donde se está decidiendo nuestro porvenir salvífico. Ello es posible al aceptar por la fe al que ha sido “elevado a lo alto”, en la cruz, donde se inicia su gloria. En la teología del cuarto evangelio la elevación en la cruz es la glorificación; por eso se permite proclamar: “y yo cuando sea elevado en lo Alto, atraeré a todos hacia mí”.
El Dios de nuestra salvación es un Dios que ama al mundo. No un dios perverso o rencoroso, lleno de ira. Si así fuese, se legitimaría la violencia entre nosotros… Una falsa imagen de Dios, genera mala relación entre las personas, porque “dicta” una falsa imagen del hombre y la mujer.
Dios, rico en misericordia, quiere ser aceptado, desde el amor que Él mismo ha mostrado en su Hijo entregado hasta la muerte en la cruz. Esa es su gloria y esa es nuestra garantía.
Por el Pbro. Dr. José Juan García

