Por Claudio Fantini
Periodista y politólogo

De los Black Hawk saltaron los comandos Navy Seals que ingresaron al predio, entraron a la habitación de su dueño y lo acribillaron a balazos. Los helicópteros viajaron desde Jalalabad hasta Abbottabad, la ciudad pakistaní donde los comandos de elite abatieron a Osama Bin Laden.

Once años más tarde, en Kabul, la CIA gatilló los dos misiles Hellfire contra el balcón donde se encontraba Ayman al Zawahiri, desintegrándolo. Así fueron eliminados los dos cerebros del 11-S, en misiones bélicas encuadradas en la calificación de Organización Terrorista Extranjera (OTE) que el Departamento de Estado había otorgado a Al Qaeda y por la cual la fuerza aérea de Estados Unidos había atacado sus bases en Afganistán.

También por encuadrarse bajo la sigla OTE, los yihadistas de ISIS fueron combatidos por las tropas norteamericanas y sus aliados locales, los peshmergas kurdos, en el noreste de Siria. Y en el marco de esa guerra mataron a Abú Bakr al Bagdadí, el líder de esa lunática organización y su “califato” en Irak y el Levante.

Desde el 24 de noviembre, en esa categoría se encuentra el Cartel de los Soles. Hasta ahora, las denuncias contra el “narcoterrorismo” venezolano estaban en la boca de Donald Trump. El jefe de la Casa Blanca lleva tiempo acusando a esa fantasmagórica organización de envenenar norteamericanos con sus drogas y señalaba a Nicolás Maduro como su jefe. Pero el 24/11 esas acusaciones dejaron de ser palabras de un presidente para ser convertida por el Departamento de Estado en acusación oficial.

A simple vista, no hay nada nuevo bajo el sol. Las fuerzas navales norteamericanas siguen desplegadas en el Caribe, haciendo tiro al blanco frente a las costas de Venezuela con embarcaciones presuntamente del narcotráfico. Sin embargo, algo cambió. Lo ocurrido es un paso institucional en dirección a la guerra abierta de Estados Unidos contra el régimen chavista.

Antes de que ese conflicto estalle, Washington espera que el trabajo de la CIA para generar conspiraciones internas que hagan implosionar el régimen, logre su cometido. O que algún oficial del ejército o agente de inteligencia dispare contra Maduro para salvar al país caribeño de una guerra y a la nomenclatura militar de las consecuencias que tendría que pagar si son derrotados por los norteamericanos.

Pero eso no es fácil. El Servicio Bolivariano de Inteligencia fue diseñado y es manejado por el G-2, y ese aparato de inteligencia cubano es inmensamente eficaz para conjurar las intrigas y complots desde que comienzan a urdirse. Que el castrismo aún siga en pié y que hayan fracasado cientos de planes para asesinar a Fidel Castro y para derrocarlo, a él y a sus sucesores, prueba los niveles de excelencia del G-2 en esa materia.

Si Maduro no cae, la única forma de justificar el formidable y carísimo despliegue naval en el Caribe es lanzando la operación militar que ponga fin al régimen chavista, algo que Trump quisiera evitar por temor a que una invasión termine empantanándose en una guerra de baja intensidad. El jefe de la Casa Blanca ya ha ido demasiado lejos y no puede desescalar la tensión que ha generado sin que sea una derrota para él y una victoria parapara Maduro y su régimen facineroso.

Lo que Maduro exige para entregar el gobierno al vencedor de la elección presidencial del año pasado, Edmundo González Urrutia, es que el aparato militar, el policial y los servicios de inteligencia sigan en poder del chavismo. Algo así como lo que hizo Daniel Ortega cuando perdió la elección contra Violeta Chamorro en 1990.

En shock por el resultado, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) entró en convulsión interna. Muchas facciones se negaban a entregar el poder por el “mero hecho” de haber sido derrotados en las urnas. La fórmula de negociación que permitió la transición fue la siguiente: el FSLN entregaba el gobierno a la Unión Nacional Opositora (UNO) y su líder, “Doña Violeta”, pero se quedaba con el control sobre el ejército y los aparatos de inteligencia, que quedaron bajo el mando del general Humberto Ortega.

Ese acuerdo permitió varios sucesivos gobiernos democráticos, hasta que el corrupto Arnoldo Alemán aceptó dividir al mayoritario Partido Liberal para que Daniel Ortega pudiese recuperar el poder, a cambio de que deje impune los muchos negociados corruptos que hizo mientras era presidente.

¿Es posible una solución de ese tipo en Venezuela? Se verá. Lo que ahora está a la vista es que el documento de la Secretaría de Estado, tal como está escrito, habilita a que los próximos ataques norteamericanos ya no sean contra embarcaciones en el Caribe, sino sobre las “posiciones del Cartel de los Soles” en tierra firme venezolana. Y esos puntos pueden ser las bases aéreas y navales, y los cuarteles del ejército, que las Fuerzas Armadas serían el corpus de esa “organización terrorista”. También son blancos legítimos el Palacio de Miraflores, sede de la presidencia, por ende, la supuesta guarida del jefe del cartel, y el Ministerio de Justicia y Seguridad, guarida de Diosdado Cabello, el número dos del régimen y, por ende, del Cartel de los Soles.

El ataque, o la negociación de entrega del gobierno a cambio de impunidad y exilio dorado, no sólo puede abarcar a Maduro y su esposa Cilia Flores. También al hombre fuerte del ejército, general Vladimir padrino López, a la vicepresidenta Delcy Rodríguez, al número 2 del régimen, Diosdado Cabello y al titular de la Asamblea Nacional Jorge Rodríguez.

Trump llegó demasiado lejos con el despliegue de fuerzas militares y las acciones ilegales sobre el Caribe que ya arrojan cerca del centenar de muertes. No puede simplemente poner la marcha atrás y retirarse de este callejón peligroso. Si Maduro no es derrocado o asesinado, ni acepta un acuerdo que la Casa Blanca pueda aprobar sin quedar en ridículo, las acciones militares serán el desenlace inevitable.

El “tic tac” que le hace escuchar Trump al dictador que robó de manera burda la última elección presidencial, le avisa que cada vez tiene menos tiempo de salir con vida del poder, y que si no sale caminando con sus propias piernas, los sacarán las tropas norteamericanas con los pies hacia adelante, como sacaron a Ayman al Zawahiri de su departamento en Kabul y a Osama Bin Laden de su bunker en Abbottabad.