En una casa sencilla del Lote 25/41, en La Bebida, Rivadavia, vive una familia donde el sacrificio no se hereda, pero sí se aprende con el ejemplo. Pablo Flores y Andrea Mercado saben de luchas y privaciones. Él, carnicero de toda la vida, ahora sin trabajo formal, se las rebusca con changas. Ella, ama de casa, pasa los días organizando los horarios de sus cinco hijas. Ninguno de los dos terminó la secundaria. Pero encontraron en la educación el sueño que querían cumplir a través de sus hijas. Y lo están logrando.

Las cinco niñas de esta familia sanjuanina fueron abanderadas o escoltas durante su paso por la escuela primaria. Las cinco. En diferentes años, pero con el mismo guardapolvo blanco y la misma banda celeste y blanca cruzándoles el pecho. Un símbolo de esfuerzo, de disciplina, de compromiso. Pero también, y sobre todo, de amor por su país y por sus padres.

“Nosotros no tenemos mucho para dejarles. Pero siempre supimos que la educación era lo único que sí podíamos darles”, dice Pablo, de 47 años, con la voz entrecortada. A su lado, Andrea lo escucha en silencio y asiente con una sonrisa que mezcla orgullo y ternura. En su casa, dicen, el patriotismo se respira. Se emocionan con los actos escolares, les gusta decorar su casa de celeste y blanco y cuando juega la Selección Argentina, nadie se levanta de las sillas. “Acá no se mueve ni una mosca”, dice la madre entre risas.

Hace 15 años que viven en ese hogar, al que llegaron luego de haber sido caseros en una finca de Pocito. Antes de eso, Pablo vivía en Rawson, en el Barrio Güemes, y trabajaba desde los 13 años en la carnicería de su padre. Nunca fue a la secundaria. “Yo creo que si me hubiera puesto a estudiar podría haber llegado a algo, pero las oportunidades no eran las mismas. Por eso siempre les digo a mis hijas que estudien, que no se detengan. Que eso les va a abrir todas las puertas”, cuenta.

LAS HERMANAS SEAN UNIDAS. Ludmila, Morena, Selena, Alma y Uma, las cinco hermanas Flores, unidas por la familia, el estudio y el amor a la bandera.

Ludmila, la mayor, tiene 20 años. En 2017 fue segunda escolta de la Bandera Ciudadana en la Escuela Juan José Castelli. Hoy estudia Trabajo Social en la UNSJ y toca la guitarra como pasatiempo. “Para mí ser escolta fue uno de los momentos más lindos de mi vida. No me lo olvido más”, asegura.

Morena tiene 18. En 2019 fue escolta suplente de la Bandera Nacional en la Escuela Nuevo Cuyo. Hoy cursa su último año de secundaria en la EPET N°6. “Formar parte del Cuerpo de Bandera me enseñó que todo esfuerzo tiene su recompensa”, dice, convencida.

Selena, de 16, fue abanderada en 2020. Lamentablemente, la pandemia le robó la posibilidad de vivir muchos actos escolares. Pero su emoción sigue intacta: “Ser abanderada fue algo hermoso, me sentí orgullosa de mí misma por todo el esfuerzo mío y de mis padres”. Le encanta bailar folclore y forma parte de una academia municipal.

La educación es lo único que les podemos dejar… verlas con la bandera cruzada en el pecho es un orgullo total” Pablo Flores – Padre

Alma, de 14 años, fue primera escolta de la Bandera Ciudadana en 2022. Hoy está en tercer año de secundaria y también asiste a talleres municipales de dibujo. “Fue una experiencia muy bonita y especial el hecho de vivir lo mismo que mis hermanas y hacer sentir orgullosos a mis papás”, sostiene.

La más pequeña es Uma, de 11 años. En este 2025, en su último año de primaria en la Escuela Nuevo Cuyo, es primera escolta de la Bandera Nacional. Le gusta hacer deporte, sobre todo gimnasia artística. “Para mí estar en la Bandera es un orgullo. También es una alegría muy grande por ser la más chica de mis hermanas y lograr lo mismo que ellas. Es muy lindo poder darle la satisfacción a mis padres de que las cinco hermanas Flores fuimos parte de un Cuerpo de Bandera”, dice con una madurez que impresiona.

Las cinco hermanas con la celeste y blanca.

“Nosotros estamos más que orgullosos”, infla el pecho Andrea. Pablo la mira y asiente. Hablan de sus hijas con una mezcla de respeto y admiración. Cuentan que su casa es “un ir y venir” de mochilas, meriendas, carpetas y horarios. “Algunas se van a las 6 de la mañana, otras más tarde y vuelven en distintos horarios. Pero todas son muy compañeras: una le lleva la comida a la otra, o se esperan, o se ayudan. Nos organizamos bien, somos muy unidos”, dice el padre mientras señala la heladera, donde hay un cronograma pegado que parece el de una pequeña empresa familiar.

Siempre fueron buenas alumnas pero sobre todo son buenas personas, eso es lo que más feliz me hace” Andrea Mercado – Madre

En las escuelas donde estudiaron y estudian, siempre recibieron las mejores referencias. “Nunca nos han llamado por un problema. Siempre nos han felicitado. Nos dicen que las hermanas Flores son un ejemplo”, revela Pablo con el pecho inflado de emoción.

Y cuando se le pregunta qué sintió cada vez que vio a una de sus hijas con la banda cruzada en el pecho, su mirada se nubla, se queda en silencio y apenas puede decir una frase antes de que las lágrimas le ganen la voz: “Es inexplicable lo que se siente”.

La historia de la familia Flores es la historia de miles de hogares donde la bandera no es un trozo de tela, sino un símbolo vivo de lucha, de identidad y de esperanza. En esta casa humilde de La Bebida, las cinco hijas no solo fueron parte del Cuerpo de Bandera. Fueron, y son, la bandera misma. Porque en ellas flamea el esfuerzo de sus padres, la fe en la educación y la certeza de que el futuro, con esfuerzo y amor, siempre puede ser mejor.