Adrián Gonzáles tiene 21 años y una historia de vida atravesada por la lucha. Desde que nació, su cuerpo lo obligó a pelear batallas que no eligió, pero que enfrentó con entereza. Hoy, ese mismo coraje lo lleva a tomar una decisión que parte el alma: vender su querido Ford Falcon modelo ’77 para pagar la deuda de más de 8 millones de pesos que se generó durante su tratamiento por insuficiencia renal.
Adrián vive en el barrio Stotac II, en Rawson. Es el tercero de cuatro hermanos en una familia trabajadora, en la que nunca sobró nada, pero siempre hubo amor y fuerza para salir adelante. Su padre, Ramón Gonzáles, tiene 50 años y trabaja como chofer de reparto en Coca-Cola. Fue él quien, con la voz entrecortada, compartió con DIARIO DE CUYO la historia de su hijo.
“Me parte el corazón que quiera vender su auto, pero es su decisión. Lo único que sé es que no voy a bajar los brazos”. Ramón Gonzáles – Padre de Adrián
Todo comenzó cuando Adrián era apenas un bebé. “Notamos que, al empezar a caminar, sus piernitas se arqueaban”, cuenta Ramón. Lo llevaron a traumatólogos pensando en un problema óseo, pero recién a los 4 años, luego de varias consultas, lo derivaron al Hospital Gutiérrez, en Buenos Aires. Allí descubrieron que la causa no estaba en los huesos, sino en los uréteres, esos conductos que llevan la orina de los riñones a la vejiga. “Los tenía curvos, entonces la orina volvía hacia los riñones y les generaba un daño progresivo. Eso afectaba a todo su cuerpito, hasta a sus huesos”, explica el padre.
A los 5 años, Adrián fue operado por primera vez en el antiguo Hospital Español de San Juan. Le corrigieron los uréteres, pero los médicos fueron claros: el daño estaba hecho, y más tarde o más temprano habría consecuencias. Y las hubo. Ramón todavía recuerda con claridad el domingo en que Adrián, con 9 años, se descompensó en su entonces casa de Santa Lucía. Lo llevaron de urgencia al Hospital Rawson y quedó internado en Terapia Intensiva. “Se le estaba ensuciando la sangre porque los riñoncitos no le funcionaban. Ese mismo día empezaron a dializarlo”, recuerda el padre.
Desde entonces, comenzó una rutina extenuante y delicada. Al principio, Adrián recibió diálisis peritoneal domiciliaria. Toda la familia tuvo que capacitarse para poder hacerle el procedimiento cada cuatro horas, incluso mientras dormía o en medio de sus juegos: “Era muy traumático para él, además estaba con tratamiento psicológico”.
Ese proceso duró un año y medio hasta que una peritonitis cambió todo. Hubo que internarlo nuevamente, operarlo y colocarle una fístula en el brazo para empezar la hemodiálisis tres veces por semana en el Hospital Rawson. En paralelo, a los 11 años comenzó a atenderse en el Hospital Garrahan de Buenos Aires y entró en la lista de espera para un trasplante renal.
En 2017, cuando Adrián tenía 14 años, llegó el llamado que su familia había esperado durante años: había un riñón compatible. “Nos llamaron de madrugada. En cuestión de horas estábamos viajando en el avión sanitario”, recuerda Ramón. La operación duró 18 horas. Luego de algunas complicaciones, el adolescente permaneció 9 meses en Buenos Aires. Pero lo peor estaba por venir: una fuerte infección urinaria derivó en Terapia Intensiva. El órgano fue rechazado y debieron extirparlo.
De regreso a San Juan, Adrián volvió a depender de la diálisis. Pero esta vez no había lugar en el Hospital Rawson. Luego de buscar opciones, encontraron un cupo en una clínica céntrica. Al poco tiempo, Adrián sufrió una descompensación con convulsiones. “Lo internaron en el Rawson y nadie entendía qué le pasaba. Después descubrieron que lo estaban dializando como a un adulto, cuando él todavía era un niño. Casi me lo matan”, cuenta Ramón, con bronca aún latente.
Fue entonces cuando dieron con la Clínica de la Ciudad, donde Adrián se dializa desde hace seis años. “Nunca tuvimos problemas, siempre nos trataron bien”, valora el papá. Sin embargo, en enero de este año surgió un nuevo obstáculo: Adrián cumplió 21 años y perdió la cobertura de la obra social OSCA, que tenía por ser hijo de Ramón. “Aparecía sin cobertura en el CODEM, aunque tiene carnet de discapacidad por su malformación en las piernas. El Hospital Rawson no tenía cupo y la clínica siguió atendiéndolo igual hasta que resolvimos el tema”, explica.
Ese proceso llevó casi cinco meses. Durante ese tiempo, se acumuló una deuda con la clínica de más de 8,6 millones de pesos. Ramón ya vendió su moto y entregó un millón, pero el resto aún está pendiente. “Estoy agradecido con la clínica, porque jamás nos abandonaron. Hasta nos ayudaron con los remedios”, dice con humildad.
Fue en medio de ese contexto que Adrián tomó la decisión que lo tiene hoy en el centro de esta historia: vender su Ford Falcon. “Una noche entró a mi pieza y me dijo que quería hablar conmigo. Me dijo que quería vender su auto para ayudarme con la deuda”, recuerda el hombre. El auto fue un regalo que sus padres le hicieron hace dos años. Desde entonces, Adrián lo cuida con devoción: lo limpia, lo pinta, le cambia cosas. Es su cable a tierra.
“El auto lo entusiasmó mucho, lo saca de sus problemas. Por eso me duele tanto que lo quiera vender”, confiesa. Aunque intentó convencerlo de buscar otra solución, al día siguiente el Falcon ya estaba publicado en sitios de compra y venta.
El valor del vehículo ronda los 2,5 millones de pesos, pero las ofertas que recibieron hasta ahora están muy por debajo. “Todos te lo tiran al piso o te ofrecen cosas que no nos sirven”, dice Ramón. Aun así, respeta la decisión de su hijo. “La decisión es de él, pero a mí me parte el corazón. No sé cómo, pero a esa deuda la vamos a pagar. No tengo miedo”. Mientras tanto, el auto sigue ahí, esperando un comprador. Y Adrián sigue, como desde chico, dando pelea.
Cómo ayudar
> La familia de Adrián debe afrontar una deuda exacta de $8.617.752. Quienes deseen colaborar pueden hacerlo al alias: vanesatapia78 (cuenta a nombre de Graciela Vanesa Tapia).

