El General José de San Martín, el gran Libertador, fue la esencia de la vocación de grandeza con que se presentó al mundo la Argentina como una nueva y gloriosa nación. Había asumido la misión de que a nuestro país se lo asociara con la solidaridad, la libertad y la justicia, como pilares básicos de la paz. Porque este gran prócer, a pesar de haber recibido una férrea instrucción militar y haber comandado una de las campañas bélicas más grandes de todos los tiempos, era un enorme defensor de la paz.

En un nuevo aniversario de su fallecimiento, debemos reconocer en la figura del General San Martín a un gran militar, correcto gobernante, pero sobre todo un hombre, que despertó en los jóvenes corazones argentinos de su época, ese espíritu de grandeza en base al ejemplo y el trabajo duro, cualquiera sea el ámbito en que le tocó desempeñarse.

Más allá de sus inicios en la actividad militar, en campos de batalla como el de San Lorenzo, su historia de grandeza comenzó cuando le tocó ocupar la Intendencia de Cuyo en 1815, un cargo que ejerció con gran humildad, con la vista puesta en la gran campaña libertadora que ya tenía en mente y por la que tiempo después cruzaría en una hazaña sin precedentes la cordillera de Los Andes.

Los argentinos necesitamos hoy de ese patriotismo demostrado por San Martín, lleno de noble bravura, para acabar con la chatura y la mediocridad que invade nuestra sociedad y a la que este prócer siempre combatió por considerar que es un mal que posterga a las naciones.

En todo momento el Capitán de los Andes encarnó la diferencia que hay entre un hombre superior y los hombres inferiores. San Martín era un hombre superior, fuerte en la adversidad, sencillo y generoso en la victoria y clemente hasta el perdón y el olvido de quienes lo traicionaban.

En relación a los reconocimientos recibidos en vida por sus hazañas, San Martín tenía una forma muy particular de pensar y rechazaba todos los honores que se pretendían conferirle. En ese sentido siempre sostuvo que la grandeza de los pueblos no se hace con vítores, sino con victorias, y sobre todo en los momentos de crisis.

Hay en la filosofía sanmartiniana dos lecciones que exigen meditación: el claro sentido de la prioridad de los valores del espíritu sobre los bienes materiales, al señalar que el desarrollo económico depende menos de factores específicamente económicos y más del desarrollo y crecimiento de los valores espirituales. Y el claro sentido de la prioridad de la cordura sobre las armas y de la razón sobre la fuerza, aspectos que lo caratulan con un defensor de la paz.