Nieto de inmigrantes ucranianos que echaron raíces en la ciudad misionera de Apóstoles, Horacio "Chango" Spasiuk recibió la influencia de la polka, hasta que descubrió el chamamé y a los 12 años tuvo su primer acordeón. En 1989, el Festival Nacional de Cosquín lo consagró y, desde los 24 pirulos, recorre las rutas argentinas e incluso trascendió el país; hasta en Estados Unidos y el Viejo Continente se escucharon sus notas, con aroma a esa tierra colorada, propia de su terruño.
Hoy, desde ese Buenos Aires que lo adoptó un año antes de recibir el gran premio en el encuentro mayor de folclore coscoíno, el creador vuelve a la provincia que visitó en varias oportunidades y de la que rescata el valor de la tonada, especialmente la poesía de Vallecito de Huaco de Buenaventura Luna.
– La música es la música, los contextos son diferentes, el chamamé está relacionado con el mundo sonoro sudamericano del cajón, la guitarra y el acordeón por eso está presente en el Concierto de las Américas, además, en este paisaje habrá músicos invitados y uno debe hacer su aporte para adaptarse a esa cantidad de colores y a la celebración del encuentro. En el Auditorio, la diversidad y el paisaje está en la música, lo que importa es el sonido, no hay paisaje, sino delicadeza en el sonido y concentración para saborear la música.
– Mi música se relaciona con el tratamiento que le doy al sonido, todas las canciones juntas no dejan de ser una sola canción, es como dijo Atahualpa Yupanqui: ‘una sola canción en la cual uno busca la sombra que el corazón ansía’.
– Sí, a la única que me animo, de vez en cuando, es a Mi corazón amigo. Claro que con Rolando García Gómez en guitarra, Vallecito, de Buenaventura, no tiene desperdicio.
– No todo lo que me hubiese gustado, me acuerdo que hice uno de los capítulos de Pequeños Universos, que va por Canal Encuentro, y dediqué una emisión a la tonada, con los Caballeros de La Guitarra y otros personajes, hace 3 o 4 años. Además, conozco el Auditorio y tocar ahí te hace latir más rápido el corazón por lo bello del lugar; aunque el mejor templo es el corazón, la arquitectura ayuda un poquito.
– En Misiones quedaron mis abuelos, padres, tíos y hermanos, el único que se movió fui yo. Trato de no fogonear la nostalgia, estoy donde estoy por alguna razón y disfruto de este lugar como disfruto de volver a Misiones, pero no estoy permanentemente pensando: ‘en algún momento volveré’.
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– Porque está relacionado con algo que está dentro de uno y se expresa solo, no movido por la nostalgia, sino porque circunstancialmente mi oficio me puso aquí, la vida me puso aquí en Buenos Aires, pero no es que me haya perdido en el camino.
– Tus hijos no son hijos tuyos, sino de la vida. Trato que no tengan presiones, además, uno no sabe cuál es el menú de experiencias que van a tener que vivir, no sé si seguirán mi búsqueda.
– Tuve encuentros desde el ’92 para acá; entre las experiencias de tocar con gente de otras músicas, esta fue muy intensa. Es, como la vida, por alguna razón, se cruzaron intereses y gentes comunes; se unieron dos mundos estéticos para dialogar entre ellos, así como me pasó con el jazz.
– Para un músico que hace un trabajo artesanal por que mi música no es masiva; el premio es una herramienta más. No es que uno busque el premio, pero nadie puede decir que no le guste recibirlo, es un reconocimiento de los pares y la industria, el chamamé está muy marginado.
– No son géneros masivos, están a la deriva de una profunda ignorancia en el contexto de la música popular argentina, se tiene una mirada muy pequeña sobre estos géneros.
– Pareciera que la música instrumental careciera de narración, y esa es una actitud que tiene como raíz una profunda ignorancia, falta de respeto y desconocimiento de que en eso también hay una narración y algo que está siendo expresado; esto es una suma de pequeños gestos que construyen una manera de relacionarnos en comunidad con diferentes expresiones sonoras. Pero la música abre la puerta a un espacio en el cual uno no puede entrar a explicar las cosas, sino solamente a saborear.

