El escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez, fallecido el jueves pasado, quedará en la historia como el único Nobel de Literatura de su país (1982) y uno de los principales exponentes del realismo mágico. Pero además, sobrevolando su partida, José Arcadio Buendía seguirá latiendo desde las páginas de Cien años de soledad, al igual que el viejo militar que plasmó en El Coronel no tiene quien le escriba; o Florentino Ariza, cuyo amor traspasó las fronteras de las letras.

Atada a las causas latinoamericanas, la vida de este mago de las letras -que este año hizo su aparición pública para escuchar las "mañanitas’ en su cumpleaños 87- transcurrió entre viajes, relatos increíbles y añoranzas de su niñez. "Nunca, en ninguna circunstancia, he olvidado que en la verdad de mi alma no soy nadie más ni seré nadie más que uno de los 11 hijos del telegrafista de Aracataca", dijo alguna vez, refiriéndose a su padre Gabriel Eligio García Martínez, homeópata de profesión, poeta y violinista clandestino que lo dejó al cuidado de sus abuelos con sólo 5 años, para montar junto a su madre una farmacia en Sucre.

Creador de un universo propio, en Cien años de soledad, Gabo o Gabito reflejó las maravillas de Aracataca, pueblo del Caribe colombiano en el que nació un 6 de marzo de 1927 y alguna vez definió como la "semilla" de Macondo, mágico lugar en el que se desarrolla la famosa novela.

"Quise dejar constancia poética del mundo de mi infancia, que transcurrió en una casa grande, muy triste, con una hermana que comía tierra y una abuela que adivinaba el porvenir, y numerosos parientes de nombres iguales que nunca hicieron mucha distinción entre la felicidad y la demencia", explicó el autor que, días atrás, estuvo internado por una neumonía; a quien en 1999 se le diagnosticó cáncer linfático; y cuyo hermano Jaime, en 2012, acrecentó las versiones sobre la posibilidad de que padeciera demencia senil.

Una vida de novela

Joven tímido que dejó la costa colombiana en 1940, cursó Derecho por un capricho paterno, pero no llegó a terminar la carrera luego de toparse con la literatura. Tras publicar su primer cuento La tercera resignación (1947); el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán y el "Bogotazo" le obligaron a volver a su pueblo en 1948. Sin embargo, no todas fueron rosas. La edición de La hojarasca y, sobre todo, el reportaje por entregas de Relato de un náufrago, le valieron la censura en Colombia y se trasladó a Europa como corresponsal de El Espectador.

En 1958 el escritor se casó con Mercedes Barcha en Barranquilla -con ella tuvo a sus hijos Rodrigo y Gonzalo- y se radicó en Bogotá hasta que volvió a mudarse, esta vez, a México, en 1959. Corrían los años "60 y allí, moldeó El coronel no tiene quien le escriba, entre otros trabajos. Al cabo de 2 décadas en las que su esposa se las ingenió para que el carnicero le fiara y así poder comer, en 1967, llegó ‘Cien años de soledad", con la que barrió en las librerías.

Gabo -amigo de Fidel Castro, el español Felipe González y el estadounidense Bill Clinton; y de quien su biógrafo Gerald Martin dijo que tenía una "enorme fascinación por el poder"- se codeó con personalidades como Mario Vargas Llosa, cuya amistad terminó en 1976, cuando el Nobel peruano le asestó, en público, un derechazo en un ojo por un episodio que guardaron en secreto.

Ya apartado del ruido mediático, en 2005, concedió la última entrevista en la que confesó que en pleno "año sabático’, había encontrado "una cosa fantástica’ que era quedarse "en la cama leyendo’. "El hijo del telegrafista", como le gustaba presentarse, se fue dejando un legado tan prolífico como mágico.