Es un libro raro, como raro es su autor, Matthew McConaughey, un actor que podría haber pasado la vida entera en papeles millonarios de sex symbol pero eligió desafíos como Dallas Buyer’s Club (por la cual ganó un Oscar) o Interstellar, y dar clases en la universidad de la que egresó cuando no pensaba siquiera en llegar a Hollywood. Se llama Greelights, un título que alude al verde de los semáforos, y a la capacidad de ver la vida como una onda verde: una sucesión de luces favorables para avanzar sin detenerse.

Aun cuando —como escribió en las primeras páginas— en la ruta haya situaciones difíciles: “Tenía 15 años cuando me extorsionaron para que tuviera relaciones sexuales por primera vez. Estaba seguro de que iba a ir al infierno por el sexo premarital. Hoy apenas tengo la certeza de que espero que no sea el caso”, escribió, sin más detalles. Tampoco abundó en la descripción de un incidente horroroso: “Tenía 18 años cuando un hombre abusó de mí mientras yacía inconsciente en la parte de atrás de una camioneta”.

No obstante, subrayó McConaughey en sus memorias, que se publicaron en los Estados Unidos el 20 de octubre, de todo eso logró sacar fortaleza: “Nunca sentí que fuera una víctima”, subrayó. “Tengo muchas evidencias de que el mundo conspira para hacerme feliz”.

El actor presentó en la introducción de Greenlights: “Estos son los primeros 50 años de mi vida, este es mi curriculum hasta ahora de camino hacia mi elegía”. Entre el resumen de su experiencia destacó: “Aprendí la resiliencia, las consecuencias, la responsabilidad y el trabajo duro. Aprendí a amar, reír, perdonar, olvidar, jugar y rezar. Aprendí a ser activo, vender, encantar, cambiar el curso de las cosas, convertir una bajada en una subida, a meter cuentos”.

Y reconoció: “Me he ganado algunas cicatrices abriéndome paso en este rodeo que es la humanidad. Lo he hecho bien, lo he hecho no tan bien, y al final de cuentas siempre he sentido placer, de un modo u otro”.

Si bien nunca habló de esas experiencias sexuales traumáticas sufridas en su adolescencia y su juventud, McConaughey ha hecho público su apoyo a fundaciones para víctimas de ataques sexuales. En 2006 fue parte del Programa para Terminar con las Violaciones en la Universidad de Texas en Austin, su alma mater, y se lo vio por el campus al volante de un carrito para estudiantes, recogiendo a los que salían muy tarde de las clases o la biblioteca.

“Soy el menor de tres hermanos y el hijo de padres que se divorciaron dos veces y se casaron tres, entre ellos mismos”, recordó la apasionada y tormentosa relación de Kay y Jim. “Crecimos diciéndonos ‘te quiero’ unos a otros. Era cierto”. Acaso por esas idas y vueltas, cuando él nació su padre no pudo ir al hospital: “Llamó a mi madre y le dijo: ‘Lo único que tengo para pedirte es que, si es un niño, no lo llames Kelly’”, contó.

La familia parece haber sido una influencia positiva central en su vida. “Me pegaron hasta que me sangró el trasero por ponerme un tatuaje de Cracker Jack a los 10 años", narró su debut en el body art (lavable). “La primera vez que amenacé con huir de mi casa, mis padres me prepararon el bolso”. En Texas, donde nació y vive, aprendió a nadar de una manera poco ortodoxa: "Mi mamá me arrojó al río Llano y, o bien flotaba hasta caer por la cascada corriente abajo, a unos 25 metros, o bien llegaba a la orilla. Llegué a la orilla”.

Tan fuerte fue la familia que de algún modo definió su vida con más fuerza que una carrera: “Lo único que siempre supe que quería era convertirme en padre”, escribió el actor que tiene, con su mujer desde hace 15 años, la modelo brasileña Camila Alves, tres hijos: Levi, de 12 años; Vida, de 10, y Livingston, de ocho.

“Consumí peyote en Real de Catorce, en México, dentro de una jaula con un puma. Un veterinario me dio 78 puntos en la frente. Sufrí cuatro contusiones cerebrales por caerme de cuatro árboles, tres veces con luna llena. He tocado el bongó desnudo hasta que la policía me detuvo”, evocó un episodio conocido de su vida, de 1999. “Me resistí al arresto".

Un manual de estrategias, una vida de aventuras

Casi encerrado en su casa, como todo el mundo por la pandemia de COVID-19, McConaughey se encapsuló aún más en el proyecto del libro, que ya lo obsesionaba hace dos años. Sobre el final pasó 52 días trabajando unas 17 horas por jornada. Cuando no jugaba con sus hijos o armaba rompecabezas con su madre, de 88 años, elaboraba este texto que, como advirtió, no es una autobiografía común.

“Estas no son unas memorias tradicionales", escribió. "Sí, cuento historias del pasado, pero no tengo interés alguno en la nostalgia, el sentimentalismo o la sensación de retiro que exigen la mayoría de las memorias. Tampoco es un libro con consejos. Aunque me gustan los predicadores, no estoy aquí para predicar y decirte lo que tienes que hacer. Es un libro de aproximación. Estoy aquí para compartir historias, revelaciones y filosofías que se pueden comprender objetivamente, y si lo deseas, adoptar subjetivamente, bien para cambiar tu realidad o bien para cambiar tu manera de verla”.

Greenlights es “un manual de estrategias basado en las aventuras de mi vida”, siguió. “Aventuras que han sido importantes, iluminadoras y divertidas, a veces porque era su sentido pero mayormente porque no quisieron ser así. Soy un optimista por naturaleza y el humor ha sido uno de mis grandes maestros. Me ha ayudado a sobrellevar el dolor, la pérdida y la falta de confianza". Su falta de perfección, que es la de cualquiera, es también su método para vivir: "Topamos con obstáculos, nos equivocamos, nos joden, nos hartamos, no conseguimos lo que deseamos; en la vida nos cruzamos con miles de ‘podría haberlo hecho mejor’ y ‘ojalá no hubiera pasado eso’. Cometer cagadas es inevitable, así que veámoslo como algo positivo o averigüemos como hacerlo con menos frecuencia”.

Pero aunque atípicas, estas memorias de una estrella de Hollywood tienen todo lo que se espera de alguien así: los azares que combinan talento y éxito, los recuerdos de filmación de sus papeles más icónicos, la larga lista de romances de McConaughey, que incluyen a Sandra Bullock, Ashley Judd, Renee Zellweger, Patricia Arquette y Penélope Cruz.

Una familia muy normal

McConaughey nació el 4 de noviembre de 1969 luego de que Kay pasara cinco meses pensando que sufría un tumor y cuatro feliz de saberse embarazada. Como antes y después del acontecimiento, su relación con Jim era volátil.

—Más papas, amor —pidió un día Jim McConaughey, 1,95 metros y 120 kilos, cansado al regreso del trabajo.

—¿Seguro quieres más papas, gordo? —le respondió la mujer

En la sala, el menor de sus hijos comenzó a prestar atención: se avecinaba una trifulca.

—Mírate, mira esa barriga que tienes. Claro que sí, come, gordo —lo volvió a llamar Kay mientras le servía en el plato, de mala manera, todas las papas que quedaban en la fuente.

“Eso fue todo: ¡bum! Papá tiró la mesa, se levantó y comenzó a acosar a mamá. ‘Maldita sea, Kay, me mato trabajando todo el día, llego a casa y lo único que quiero es comer una comida caliente en paz’", escribió McConaughey.

"La cosa había comenzado. Mis hermanos sabían cómo era, yo sabía cómo era. Mamá sabía cómo era y corrió hacia el teléfono en la pared al otro lado de la cocina para llamar al 911.

—No puedes quedarte en paz, ¿eh, Katy? —mi padre refunfuñó con los dientes apretados y el índice alzado hacia ella mientras avanzaba sobre el piso de la cocina”.

La madre golpeó al hombre con el teléfono; el padre tomó una botella de ketchup y comenzó a llenarle la cara de salsa. La nariz de él goteaba sangre, ella seguía llamándolo “gordo”. La escena de violencia continuó hasta que los dos quedaron exhaustos y los hijos se aburrieron. En el suelo, sucios y sudados, comenzaron a hacer el amor. “Una luz roja cambió a verde. Así es como mis padres se comunicaban”, escribió el actor.

En alguno de los divorcios, McConaughey vivió con su padre en un tráiler; en otras temporadas, con su madre. “Así es como ellos se amaban”, sintetizó.

Muchos años más tarde Kay llamó llorando a su hijo menor, que ya era un actor. Jim había muerto, le dijo. “No lo podía creer. Era mi papá. Nada ni nadie podía matarlo. Excepto mamá”, escribió. Y así había sido: a los 63 años, mientras hacía el amor con su esposa, el corazón del hombre había fallado. “Papá siempre nos había dicho a mis hermanos y a mí: 'Chicos, cuando me toque irme de este mundo, voy a estar haciéndole el amor a su madre”, recordó. “Y sí. Tenía la batuta”.

El descubrimiento de la actuación

McConaughey se inscribió en la Universidad de Texas para estudiar derecho. Siempre le habían gustado las historias, en particular el cine, y pensó en pasarse a dirección cinematográfica. “Bueno, pero no lo hagas a medias”, le dijo su padre sobre el cambio de vocación. Tenía excelentes notas, pero el nivel académico no era algo necesariamente importante para llegar a Hollywood. Se anotó en una agencia de talentos pensando en lo guapo que era, pero el primer trabajo que consiguió fue como modelo de manos. La directora de la agencia, “Donna Adams, me dijo al firmar ‘tienes manos bonitas’ y ‘si dejas de comerte las uñas podrías tener un futuro’ como modelo de manos. Tenía razón”, recordó con gracia.

Trabajaba como camarero cuando conoció al director de casting Don Phillips. Se cayeron bien y se quedaron bebiendo en un bar hasta que los echaron. Phillips le preguntó si había actuado: un comercial de cerveza y un video de música eran las líneas más salientes del resumé de McConaughey en ese momento. “Bueno, hay un pequeño papel, en esta película para la que estoy haciendo el casting, en el que podrías encajar. Ven a esta dirección mañana por la mañana, 9:30, y recoge el guión; voy dejarte marcadas tres escenas”, recordó el actor en el libro. La película era Dazed & Confused, un clásico hoy, de Richard Linklater. El papel, ya se sabe: David Wooderson.

Y la línea “Alright, alright, alright”, que fue una improvisación, “hoy, 28 años más tarde, me siguen a todas partes”, escribió McConaughey. “La gente la recita. La gente la roba. La gente la lleva en gorras y sudaderas. La gente se la ha tatuado en los brazos y en los muslos. Y me encanta. Es un honor. Porque esas tres palabras son las primeras que dije en la primera noche de un trabajo que pensé que podría llegar a ser un hobby, pero se convirtió en una carrera”.

La búsqueda espiritual

La carrera fue tan exitosa que, luego de la súbita fama que lo abrumó tras el estreno de A Time to Kill, el actor se sintió desequilibrado en su interior. Por un libro se enteró de la existencia del Monasterio de Cristo en el Desierto, en Nuevo México, y se inscribió para un retiro. Contó su primer diálogo, durante una caminata, con el hermano Christian, “tres horas durante las cuales compartí con él los demonios de mi mente”. Pero el monje callaba.

“No dijo una palabra. Ni. Una. Solo me escuchó pacientemente mientras andábamos sin rumbo por el desierto, uno junto a otro". Al cabo de un rato más regresaron, y sentados en un banco a la puerta del monasterio, McConaughey esperó un discurso iluminador. “Nada. Por fin, en la incomodidad de la quietud, levanté la vista”, siguió. El religioso lo miró a los ojos, cargados de lágrimas todavía a pesar de horas de llanto. “El hermano Christian, que no había dicho nada en todo este tiempo, pronunció casi en un susurro: ‘Yo también'. A veces no necesitamos consejo. A veces sólo necesitamos saber que no somos los únicos”.

Un sueño erótico resultó capital en otro episodio de su búsqueda espiritual. Se vio a sí mismo “flotando río abajo, de espalda, en el Amazonas, envuelto en anacondas y pitones, rodeado de cocodrilos, pirañas y tiburones de agua dulce” mientras “unos hombres de tribus africanas” lo observaban desde la orilla". Despertó inquieto: no se entendía nada de esa simbología, empezando porque el Amazonas no estaba en África y terminando con la polución nocturna que poco se asociaba al desasosiego de las imágenes.

En cualquier caso, decidió embarcarse en un viaje de tres semanas, solo, al Perú. Preparó una mochila: “Un mínimo de ropa mínima, mi diario, una cámara, un botiquín, un poco de éxtasis y mi cinta de pelo favorita”. Caminaba hasta quedar exhausto, y pasada la mitad del viaje estaba tan excedido de todo que ni siquiera el cansancio le permitía dormir. Se cacheteó la cara y comenzó a vomitar “hasta que no me quedó bilis en mi vientre, y luego me desmayé por agotamiento”. A la mañana siguiente, “me sentí vital, limpio, libre, brillante”. Le bastó caminar pocos pasos para comprender la maravilla: allí estaba, finalmente, frente al Amazonas.

El sueño de ser padre

Luego de años de rompecorazones —o, como él mismo lo expresó en el libro, una sucesión de “transacciones, aventuras y romances”—, una noche de julio de 2005 McConaughey estaba en un club Los Angeles cuando vio pasar a una mujer hermosa en un vestido turquesa, como si flotara en la luz brumosa de neones, según describió en el libro su encuentro con Camila Alves. “Traviesa y fundamental. Joven con un pasado. Ni virgen ni en alquiler. Una futura madre. No vendía nada. No lo necesitaba. Sabía qué era, sabía quién era y se sentía cómoda. Su propio elemento. Una ley natural. Un nombre propio. Inevitable”.

Esa misma noche se acercó a ella, y su primer encuentro a solas fue al día siguiente. “Quince años más tarde, sigue siendo la única mujer con la que he querido salir en una cita, dormir o despertar a su lado”. Seis añosdespués ya tenían a sus dos primeros hijos. Pero no se habían casado. Y un día el niño, que tenía tres años, le preguntó:

—Yo soy Levi McConaughey, Vida es Vida McConaughey, pero mamá es Camila Alves. Por qué ella no tiene nuestro nombre?

El actor le explicó que ella tenía su propia identidad y que, como no estaban casados, no llevaba el apellido de la familia.

—¿Y por qué no están casados?

—Buena pregunta... —respondió McConaughey y comenzó a buscar una respuesta, que no le resultó tan buena—. Claro que quiero casarme con mamá, pero no siento que lo necesite. Si me caso con mamá, quiero sentir que lo necesito. No quiero hacerlo porque es lo que se supone que tenemos que hacer, o meramente porque lo deseo, quiero hacerlo cuando sea algo que necesite hacer.

Tras pensar en el enredo de sus palabras, la estrella de True Detective consultó con su pastor y le propuso matrimonio a Alves el día de Navidad. Se casaron a mediados de 2012, cuando la modelo brasileña estaba embarazada de su tercer hijo, Livingston.

Su relación con Alves le permitió cumplir con algunos de los puntos de su “lista de 10 objetivos en la vida”, que escribió en 1992, poco después de la muerte de su padre. El papel quedó perdido entre otros —incluidos 36 años de diarios íntimos que escudriñó para escribir estas memorias— hasta que reapareció en el proceso de elaboración del libro. Decía: “Convertirme en padre; encontrar y conservar la mujer que es para mí; mantener mi relación con dios; tratar de ser mejor; ser un egoísta útil; asumir más riesgos; mantenerme cerca de mamá y de la familia; ganar un Oscar al mejor actor; mirar hacia el pasado y disfrutar de la vista y simplemente seguir viviendo”.

Onda verde

“La luz verde significa adelante: avanza, sigue, continúa”, explicó el sentido de la elección del título como metáfora de su vida. “En la carretera se las establece para permitir que que el flujo de tránsito tenga el derecho de paso, y cuando se programan adecuadamente, más vehículos cogen más luces verdes en sucesión”. En la vida, de manera similar, son “una afirmación de nuestra ruta”; son “aprobaciones, apoyo, elogios, dones, gasolina para nuestros incendios, incentivos y apetitos”; son también “dinero en efectivo, nacimiento, primavera, salud, éxito, alegría, sustentabilidad, inocencia y comienzos de cero”.

Todo el mundo ama la luz verde de un semáforo y la onda verde de varios, opinó: “No interfieren en nuestra dirección. Son fáciles. Son como andar descalzo en el verano. Dicen que sí y nos dan lo que queremos”. A veces se pueden disfrazar de luces amarillas o rojas: son “desvíos”, “indigestiones”, “dolor”; son “fracaso, sufrimiento, una cachetada, la muerte”. Pero son parte del camino de la vida: no hay carreteras sin ellas.

“Agarrar la onda verde depende de la capacidad: la voluntad, el contexto, la consideración, la resistencia, la anticipación, la resiliencia, la velocidad y la disciplina”, argumentó. También son una cuestión de oportunidad: “La cadencia del mundo, y la nuestra. De estar en la zona, en la misma frecuencia, fluyendo con la corriente”.

Pero, en cualquier caso, “navegar por la autopista de la vida de la mejor manera posible es relacionarse con lo inevitable en el momento adecuado”, concluyó. “La inevitabilidad de una situación no es relativa: cuando aceptamos el resultado de una situación dada como inevitable, el modo en que elijamos tratarla será relativo”. Y eso, en su experiencia, es lo que define “el arte de vivir”.

McConaughey cree que “todo lo que hacemos en la vida es parte de un plan: a veces el plan va como pensábamos, a veces no”. Y eso mismo es parte del plan, ironizó: “Comprenderlo es, en sí mismo, una luz verde”.