Con un cuerpo que es fibra pura y mucho sex appeal -incluso para hablar-; Marcos Peyrone es uno de los diez Golden Boys que desde Rosario (Santa Fe) recorren diferentes ciudades con shows que se promocionan "exclusivos para mujeres". Y es subido a ese tren que hoy regresa a San Juan, junto a tres de sus compañeros para provocar a las sanjuaninas desde el escenario de Luna Morena. Ya casi un habitué de la provincia, hace una década ingresó al mundo de los strippers en busca de una ocupación que le permitiera contar con dinero todos los meses. Y nunca más salió.
"Buscaba trabajo y no encontraba. Y me topé con esta posibilidad, pensé que me iba a dar plata y arranqué", cuenta en diálogo con DIARIO DE CUYO, Marcos, quien con su profesional derroche de sensualidad, desde 2005 visita San Juan cada dos o tres meses, para ratonear a la platea femenina y sacarla unos minutos de la rutina cotidiana.
Todos los Golden Boys tienen más de 30 años y transitan el país con osadas coreos en las que lucen una diminuta sunga y a veces hasta llegan al desnudo total. Pero no cualquiera puede ser parte de este selecto grupo masculino.
"El grupo es muy cerrado y no es fácil entrar. Hay que tener códigos. El que entra queriendo pasar a chicos que hacen años están en ésto, no va a tener nunca trabajo", revela Marcos.
Para él, la semana laboral no comienza los lunes bien tempranito como en la mayoría de los casos. Más bien termina ese día. Marcos arranca los miércoles cerca de la medianoche y termina su jornada los lunes a la madrugada. Luego de cumplir con una seguidilla de despedidas de solteras, cantobares y boliches; recién verá la luz del nuevo día cuando gran parte de él ya haya transcurrido.
Cuando no está meneando su pelvis y cada músculo de su trabajado físico frente al fervor femenino -muchas veces incontrolable, como confiesa-; descansa del ajetreo nocturno y se dedica a sus compromisos paternos. Es que, paradoja o no, es papá de dos nenas (Mía de 1 año y Camila de 10). "¡Una desgracia!" dice en tono de chiste quien asigna otra buena parte de sus horas al mantenimiento de su cuerpo, una "herramienta fundamental", subraya.
Otro costado que Marcos conoce bien de esta actividad gira en torno a los prejuicios que despierta. Y uno de ellos es catalogarla como una "tarea fácil", algo que niega enfático.
"La vida de un stripper es bastante complicada. No sólo porque hay que mantener la «máquina» en condiciones, sino sobre todo porque es muy difícil tener una pareja estable de manera paralela. Y no tanto por los horarios, sino por los celos", apunta. "Al principio, está todo bien con la otra persona. Pero, pasa un mes o dos y no lo soportan, llega un punto que no quieren que salgas ni a la esquina. Es que en el escenario todas te tocan y te agarran, pero cuando bajás no se termina. Muchas te llaman y hasta crean situaciones jodidas, inventadas. Es muy complicado llevar las dos cosas a la vez, a mí me pasó con varias novias", relata el hombre que se zambulló en este ambiente tras divorciarse de la madre de su primera hija.
A esa complicada realidad también aporta lo suyo otra de las "famas" que se echaron al hombro los trabajadores nocturnos: las relaciones ocasionales que mantienen con sus clientas, algo que Marcos no desmiente. "Sí, muchas te piden directamente «algo más». Todos los chicos tienen propuestas, pero no todos aceptan. Cada uno lo maneja como quiere", responde sin entrar en mayores detalles el muchacho, que si bien no quiso dar cifras, reconoce que este oficio suele ser más rentable que un trabajo convencional. De todos modos "esto es como la vida de una modelo, no es para siempre. Aunque por ahora está complicado para buscar otra cosa".
