En estos tiempos se torna necesario saber encontrar el "statu quo”, o el punto de equilibrio entre mi postura y el que piensa distinto, ante las circunstancias cambiantes.
Nuestro arrepentimiento no es tanto la pena por el mal que cometimos, sino más el temor a lo que podría pasarnos en consecuencia. Las diversas manifestaciones de los indignados, caceroleros y disconformes a escala planetaria, son como un llamado a la mesura del equilibrio. He aquí, que todo equilibrio político capaz de posibilitar un cambio, solo surgirá de la ecuación entre la inteligencia práctica, el reconocimiento y la interioridad.
En ello, a veces nos queda la sensación de que la educación, reconocimiento o la interioridad no sirven para nada. Sin embargo, el mundo ha cambiado tanto que muchas cosas no nos ayudan a cumplir un fin, pero no porque no sirvan en sí mismas, sino por el mismo cambio vertiginoso. Es que arrepentirse significa recapacitar, tomar conciencia y cambiar de idea. Los estudiantes suelen analizar en una obra de arte, cuales son los retoques, modificaciones, evolución en el tiempo de una obra, las intenciones originales del creador. Así también, el que ve un error tiene la capacidad intelectual con la suficiente interioridad para estar a la altura de las circunstancias, y discernir si su accionar sigue el trayecto de la base originaria, o se apartó ante los nuevos desafíos.
Actualmente, se concibe que el reconocer una equivocación nos hace débiles frente al otro, o que solo beneficie al que quiere sacar alguna ventaja. Precisamente, la pobreza cultural es la que nos lleva a la sensación de miedo, ataques o descalificaciones permanentes. En el arte de la política siempre se enseñó con la Ley del más fuerte, pero para crecer en verdadera fortaleza, en ocasiones, es óptima la sana debilidad. Porque ella implica tener la capacidad de escucha. Saber encontrar el "statu quo”, como el punto de equilibrio entre mi postura y el que piensa distinto. En ocasiones, el no saber mirar para atrás significa edificar batallas épicas permanentes, que solo derivan en los cruentos porrazos "destructivos”, sin ninguna solución eficaz.
El saber mirar hacia nosotros mismos ayuda a tener la capacidad de adaptación a las circunstancias. Nos da la fortaleza necesaria para ver en qué nos hemos equivocado, y en no seguir descalificando. Y, que luego traería la restitución "’constructiva” como algo esencial, tomando como base que el pedir perdón no es suficiente. El pedir disculpas puede ayudar a las víctimas, al menos en el reconocimiento del sufrimiento, porque "se castiga a sí mismo quien se arrepiente de sus acciones”, dándole a la víctima una modesta venganza. Aunque, esto no repara los daños o las injusticias cometidas en la historia. Cuando las disculpas se piden demasiado tarde, o sólo por una circunstancia inevitable, lamentablemente valen poco. Siempre pensamos en el arrepentimiento como vínculo con nuestras miserias, pero nunca como algo que sentimos frente a nuestras acciones. Es muy triste el arrepentimiento personal si algún actuar interesado ha despojado a un pueblo en su dignidad.
Oportunamente, tal vez los cínicos se preguntarán: ¿pero en qué situación estamos que la gente necesita casi una prescripción médica para tomarse un minuto de la vida en reflexionar, arrepentirse y cambiar? ¿Irán ahora los doctores a recetar recursos para la medicalización de la existencia humana, como una forma de buscar una respuesta a la incapacidad de la gente, para poder actuar responsablemente? ¿Será que el consumismo arrasó toda interioridad? ¿O será que la imposición es la única salida?
Lo mejor que cualquier educación puede impartir son los hábitos de reflexionar y preguntar. El cultivo de la reflexión, ya sea con el estudio, lectura, recreación, meditación, no hace a la gente más inteligente o mejor, pero la ayuda a cumplir esa tarea. Allí, es donde se encuentra la experiencia práctica de la vida. Es ingresar al punto de vista de otros. La interioridad promueve el autoconocimiento, con ciertos intereses que motivan a unos y a otros. Ayuda a que alguien entienda y tolere problemas o visiones distintas. Es aquella que nos muestra una estructura del comportamiento, la base de la civilidad y de la hermandad de los hombres.
El cultivo interior posibilita el cambio de rumbo oportuno sin el bozal consecuente. Crea el "Statu Quo” necesario, o el "equilibrio político justo”, frente a todo sentimiento de violencia, impotencia, proyección, sin sentido, batallas o revanchismos.
(*) Periodista, filosofo y escritor.
