"Cogito ergo sum” – "pienso luego soy” (existo)-, son las famosas palabras del filósofo francés René Descartes (1596-1650), con las que hizo el mayor extracto de su ingente teoría del "racionalismo” -la razón es el único medio de conocer la realidad-, y las que a nosotros nos llevan a tomarlas como primigenio hito referencial de la "uniquez” del pensamiento, creador de todo lo que en forma de exteriorización humana existe.
De ello, en relación virtual, inferimos que el hombre incipiente -aquel nómada de las estepas cuaternarias, o el gregario de las cavernas- había vivido en una profunda noche intelectiva hasta que, por natural evolución de su embrionario intelecto -incipiente desde esa etapa- hizo asociaciones cognitivas de sus propias vibraciones sónicas con las que recibía de su inhóspito hábitat, y por inducción biológica comenzó a emitir sonidos logrados en manifestaciones linguales-guturo-nasales, que perfilaron el empiece -"alboreo”- de su verdadera etapa racional: En el hombre había comenzado a nacer la palabra -luego complejo "mecanismo” del lenguaje-, infinito don este que sublimizó al ser humano, lo elevó por sobre todas las cosas, y lo hizo dueño de sí mismo.
Apenas entre labios se encuentra la mayor potencia del ser humano: El habla, medio de abarcamiento insustituible y "cósmico” de cuanto pueda llamarse intercomunicación del hombre. Sin el habla seríamos irracionales dispersos por el mundo, quizá acorralados como especie débil e inerme, sufrientes de las hostilidades de la naturaleza y de los otros congéneres en el reino animal, al que por evolución biológica pertenecemos.
Porque debía tener presencia permanente el imperio de la palabra, surgió la necesidad de asegurar su vigencia recordativa: debía instituirse un día alusivo. A mediados del siglo pasado, en España, un lúcido anónimo descubrió una rara, y tal vez única coincidencia en el aspecto existencial de dos glorias de las letras españolas y británicas: Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare habían dejado este mundo el mismo día, mes y año, el 23 de abril de 1616. Eso bastó, nada mejor que ello, y en esa fecha se estableció el Día del Idioma, recientemente recordado.
Eminencias en el escribir nos dejaron, y nos dejan, sus dones literarios inmersos en sus propias esencias lingüísticas, conteniendo las exquisiteces del idioma. Solamente nombrándolos tenemos la "presencia” de algunos de ellos: Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo, Eduardo Mallea, José Hernández, Domingo Faustino Sarmiento, Alfonsina Storni, Roberto Arlt, Silvina Bullrich, etc.. Y especificando en otros su singularidad literaria se nos presentan: Jorge Luis Borges, magnífico cerebro que, analíticamente hablando, no es para todos: Esto, en opinión personalísima de quien aquí escribe, y aunque parezca un notable contrasentido, pues a lo mejor su "’excesiva” intelectualidad fue la que lo privó del galardón Nobel; Ernesto Sábato, de prosa rica y absorbente, era cauto y vivencial sin alardes; Leopoldo Lugones, fue puro y espléndidamente llano; Jacinto Benavente, premio Nobel, dio a las Letras españolas una hermosa línea de objetividad costumbrista; Rudiard Kipling, brillante escritor inglés, premio Nobel, llegó a la cumbre con escritos inspirados en la bizarría humana, virilmente tratados; Gabriel García Márquez -merece capítulo aparte- y Mario Vargas Llosa, ambos premio Nobel, son dos eminencias en el relieve de la literatura iberoamericana, con mundial trascendencia.
Ahora bien, Miguel de Cervantes Saavedra, con riquísima prosa en un insuperable conocimiento del Idioma -ejemplo máximo en su Don Quijote de la Mancha, obra cúspide en la literatura universal-, orgullo del linaje español, abarcando todos los temas es considerado el creador de la novela moderna. …Y William Shakespeare, con su brillante retórica, nos hizo deleitar con su Romeo y Julieta, y su Hamlet, dejando en esas obras un mundo de notables caracteres humanos, que tanto en ellas, como en Ótelo y en sus numerosas otras creaciones, lo revelaron como un observador penetrante, y, tal cual Cervantes -sobre quien trabajaba al morir- con un dominio total del idioma.
Por el abrumador peso protagónico del Idioma, por su "absolutez” de presencia en todas y cada una de las oportunidades de factibilidad dicente, podemos decir que el Idioma será eternamente -en la "eternidad” humana- el todo del hombre.
