Fueron -luego de varios intentos por convencerlo- maestro y alumna. Ahora trabajan en equipo y comparten la vida más allá de las artesanías.
No es exagerado decir que Víctor Nobre y Sara Berestein brillan no sólo por el material que usan en sus trabajos. Sus diseños en oro y plata como el resultados de horas de estudio pero también horas de dedicación para el fundido y la realización de piezas, los hacen tener el brillo necesario como para resaltar. Tan es así que dentro de los poquísimos orfebres que existen en la provincia fueron elegidos para presentar sus colecciones en un exclusivo evento nacional dónde se reúnen los más reconocidos hacedores de joyas. "Esta invitación del Instituto Superior de Joyería y Diseño Benvenuto Cellini para presentar nuestras joyas en su stand, es un gran privilegio, es el primer premio en nuestra carrera y es hacer llegar a San Juan a un espacio al que hasta ahora no había entrado", cuentan, quienes por estos días están mostrando en La Rural sus conjuntos de anillos, aros y colgantes de las series "Mi tierra pintada" (que combina metales con cerámica esmaltada), "Cultura Ansilta", en la que los diseños se basan en los pictogramas encontrados en las cuevas de Los Morrillos. Además quieren tentar a los visitantes a dicho evento con objetos de autor como los poco conocidos tastevin -pequeños recipientes que se usaban para ver el color y el brillo del vino- y los pinchos para el cabello.
Más allá de la sofisticación que rodea a sus trabajos, se autodefinen como artesanos del oro y la plata. "Y esto es algo complejo. Tomando prestadas las palabras de los artistas del Renacimiento español, se podría decir que este tipo de oficio es una mezcla de arquitectura porque se trabaja con volumen, de diseño ya que se boceta todo para respetar los detalles que uno pensó y por otro lado ese es el gran secreto para no desaprovechar un material tan caro, aparte la orfebrería toma aspectos de la escultura y de la pintura", dicen.
Víctor ha perdido la cuenta de cuántos años hace que se dedica al oficio. Pese a que viene de una familia ligada a lo artístico con un bisabuelo herrero, un abuelo ebanista y tornero, y su padre, un apasionado por el diseño pese a que terminó siendo industrial, sus mayores conocimientos de orfebrería los aprendió de la mano de algunos amigos generosos. El resto, fue prueba y error. "Soy autodidacta. En esto se aprende todos los días", asegura este portugués que hace más de 30 años se aquerenció como sanjuanino.
Sara, en cambio, adquirió los primeros conocimientos y secretos después de convencer a Víctor que le enseñase. Después estudió por su parte e incursionó en varias ramas profesionales -inclusive protesista dental- para perfeccionar sus obras.
Lo más difícil para ellos, y en eso coinciden, es acertar con lo que el cliente tiene en mente. "Para eso, charlamos muchos. Hacemos un poco de psicólogos preguntando cómo será el anillo, en qué circunstancias se entrega, algún dato del destinatario. No hay que olvidarse que cuando alguien regala o se regala algo tan especial como es una joya, hay una carga de emotividad y afectividad única. Ese es el objetivo que queremos cumplir más allá de las técnicas". Respecto de lo más lindo del oficio es la devolución a través de la cara del cliente al entregarle la pieza. "Ver si les gustó es una mezcla de cosas raras. es más importante que el pago porque en definitiva eso se pauta, satisfacer las expectativas es más complejo", dicen al unísono.
Según la experiencia de ambos, el cliente ha cambiado en los últimos diez años. "Hay un respeto por el trabajo y una valoración". Lo que no hay cambiado es la promoción y la falta de oportunidades para mostrarse, inclusive para acceder a préstamos blandos para adquirir el material.
"Tenemos propuestas para vender fuera de la provincia, pero no nos animamos porque no tenemos stock. Para eso hace falta infraestructura y dinero para el material", cuentan y argumentan que esa es la razón por la que sólo utilizan su taller como boca de contacto con el cliente.
