Algunas veces la carga parece demasiado pesada. Tanto que invita a rendirse y esperar que el devenir haga lo suyo. La razón podría recomendar, en tal caso, tomarse un respiro. Sin embargo, algunas veces, la condescendencia con uno mismo no es opción. Simplemente porque las alternativas son vivir o morir. Y en situaciones límites, aún el más débil encuentra la manera de acomodar el peso en la espalda, camuflar los dolores y seguir adelante.
María Teresa Zurita tiene 53 años y cumplirá los 54 contra todos los pronósticos. El médico le detectó una grave infección abdominal hace algún tiempo. El pus se acumulaba entre sus vísceras sin freno. Y su vida se agotaba con cada gota de líquido amarillento que sumaba en sus entrañas.
Una cirugía era la única posibilidad de recuperación, aunque no garantizaba la sobrevida. De hecho, sólo tenía un 20 por ciento de posibilidades de reponerse una vez concluida la intervención. María Teresa acomodó la carga y decidió avanzar. Llevaba 15 días en terapia intensiva cuando entró al quirófano.
Tan sólo dos días después de la operación, ocurrió un imprevisto. Nadie podía predecir que esto vendría: el suelo se estremeció como nunca antes había ocurrido, las ventanas del hospital estallaron en cientos de astillas de vidrio y la oscuridad total sitió la habitación, el nosocomio, la ciudad.
María Teresa estaba en el segundo piso del centro de salud cuando la tierra rugió a las 3.34 AM del sábado 27 de febrero. "Mi cama no tenía freno… Yo me tiré para soltar mi drenaje que estaba atado a la cama, pero no podía. La cama me llevaba y me traía. Yo pensé que se me caía todo encima. La cama se me avanzaba", explicó la mujer rememorando el caos.
"Gracias a Dios cayeron vidrios, cayeron cosas, no me pasó nada. Alguien gritó: ¡el que pueda salir, que salga! Se había cortado la luz. Empezamos a caminar. Una señora tenía un drenaje en el cuello y se lo sacó desesperada. Le salía sangre, pero no sé cómo hizo y se tapó la herida… Y también salió caminando", continuó. "Estuvimos toda una noche sentados, en el frío, en la oscuridad… No sabían dónde ponernos…".
María Teresa pasa sus días en un módulo acondicionado como sala de internación, en una cancha de fútbol próxima al Hospital de Talca, en la chilena Región del Maule. Mejor dicho, lo que queda del centro de salud que llegó a ser el más importante de la zona, por sus dimensiones y capacidad. Hoy quedó severamente agrietado y pareciera estar sentenciado a demolición.
Al lado se erige el edificio nuevo, donde funcionaban solamente consultorios externos y hoy hasta sus pasillos fueron destinados a la internación. Igual no alcanzaba con estas dependencias que resistieron el terremoto sin mayores inconvenientes, salvo el desprendimiento de un cielorraso liviano. Por eso las autoridades tomaron el campo de fútbol para instalar un hospital de campaña, con tiendas y módulos equipados adecuadamente.
"El doctor me daba 80 posibilidades de morir y 20 de vivir. Y contra todo pronóstico, aquí estoy", repite una y otra y otra vez la chilena, sentada en su habitación. Tal vez no se sepa aludida por la letra de la gran Eladia Blázquez: "merecer la vida es erguirse vertical, más allá del mal de las caídas".
