En el transcurso del partido todo fue una fiesta. Más allá que al finalizar el encuentro se sintieron balas de goma fuera del estadio, fuentes policiales aclararon que no hubo incidentes que lamentar, ni personas heridas. Dentro de la cancha, ambas hinchadas alentaron sin parar a sus respectivos equipos. Alrededor de 5.000 personas dieron la nota distintiva al hacerse presentes para ver el clásico que en el primer partido, en cancha de Unión, había dado mucho que hablar.
Una multitud de trapos fueron colgados a los alrededores de la cancha, que le dieron la nota distinta y de color al espectáculo.
Los jugadores de Trinidad fueron los primeros en pisar el campo de juego. Fueron recibidos con cantos, serpentinas y petardos. No muy diferente fue el recibimiento de la visita que, como de costumbre, se hizo esperar. Pero cuando ingresó a la cancha, un lluvia de serpentinas y petardos invadió la cabecera sur del Templo.
Durante todo el partido, ambas hinchadas, como también las respectivas plateas, se dedicaron sólo a alentar y entre medio, a los típicos cánticos entre hinchadas.
Lo emocionante fue cuando pateaban los penales. Primero un silencio total en todo el estadio. Posteriormente los alusivos cánticos a sus respectivos arqueros, Carlos Biasotti por Unión y Andrés Lavorante por Trinidad. Después, el grito de aliento a cada uno de los jugadores que les tocó patear el penal. Lo emocionante vino cuando Biasotti atajó el último que le daba la victoria al Azul. Algunos hinchas se metieron al campo de juego para festejar, pero la gran mayoría fue controlado de inmediato por la policía por lo que no hubo invasión.
La nota mala vino después de los festejos (ver aparte), pero por suerte no hubo que lamentar heridos, pero manchó en parte la fiesta y la armonía que se había logrado en el transcurso del encuentro.
