Ese día, el de la final del Mundial de Fútbol de 1950 en Brasil, desde bien temprano, ya había muchísimos carruajes adornados y preparados en Río de Janeiro para encabezar un auténtico carnaval de festejos. Antes del partido ya se habían vendido más de 500.000 camisetas con la inscripción: ‘Brasil Campeão 1950’. Es más, el propio estadio Maracaná (que se había inaugurado para ese Mundial) se encontraba decorado con pancartas en portugués que decían “Homenaje a los Campeones del Mundo”. Además las autoridades políticas brasileras habían acuñado monedas conmemorativas con los nombres de los futbolistas de la selección local. Había una banda de músicos presente en el estadio con instrucciones de interpretar el Himno del ganador al final del partido y la confianza llegaba al extremo de no entregar a esta banda una partitura del Himno Nacional de Uruguay al considerarla innecesaria debido a la ‘inminencia‘ del triunfo brasilero.

Pero pasó lo impredecible. Ganó Uruguay y se consagró campeón del mundo. Una historia que conjugó alegría, dramatismo y desilusión en el mismo cuadro.

Al empezar el partido el equipo brasileño atacó con toda su artillería pero el arquero uruguayo Roque Máspoli se mostró imbatible. El 0-0 del primer tiempo dejó molesto a todo el estadio, pese a que ese resultado consagraba campeón a Brasil.

En el complemento, a los 2’, el local se puso en ventaja a través de Friaça. Una gran celebración empezó a inundar el estadio. Pero apareció el capitán uruguayo Obdulio Varela para enfriar el partido, con reclamos que nadie entendió. Tras bajar la tensión del público y de los equipos, se reanudó el juego, y a los 21’ Juan Alberto Schiaffino igualó el partido anta la sorpresa general.

Pero la desesperación local alcanzó su punto máximo a los 34’, cuando Alcides Edgardo Ghiggia, tras una pared con Julio Pérez, engañó al arquero el arquero local Moacir Barbosa al no tirar el centro, como lo había hecho en el primer gol, y la clavó entre el primer palo y el arquero.

En lo que quedó, todo fue desesperación brasileña pero el resultado no cambió. Acababa de consumarse la mayor sorpresa que haya tenido cualquier Mundial de fútbol. El Maracaná tuvo el día más triste de su historia. Tanto que toda la gente se retiró en silencio y llorando. A tal punto llegó la amargura que se registraron casi cien suicidios. El 16 de julio de 1950, un día que quedará marcado para siempre en el fútbol mundial.

Sin premios pero muy felices

Para los Celestes (en la foto el equipo campeón) la fiesta fue total. En Uruguay la gente se volcó a las calles a festejar hasta el otro día. Y en el Maracaná se dio una anécdota que involucró al entonces presidente de la FIFA, Jules Rimet. Cuando estaban 1-1, Rimet se fue a los vestuarios para preparar su discurso de felicitaciones para Brasil, pero cuando volvió (con el partido ya terminado) se llevó la sorpresa de no ver ningún festejo. Tan desconcertado quedó, que la ceremonia oficial de entrega de premios a Uruguay no se ejecutó.