"Cuando te retirás sentís que una parte, dentro tuyo, se muere para siempre”. Así de simple, Juan Pablo Peralta, histórico goleador del Ascenso, le resumió hace un tiempo a Olé lo que atraviesa un jugador profesional luego de colgar los botines.

Y, sí, en muchos casos, el retiro es eso; una decisión jodida, que transita por el dolor, la angustia y tantísimas otras sensaciones. Más allá de los futbolistas consagrados, que cierran su carrera con un broche de oro, el lado B de eso son aquellos jugadores que no corrieron con la misma suerte. Que caminan por esa delgada y peligrosa línea que les genera la incertidumbre del saber qué pasará mañana.

Y allí, en ese lado oscuro, se encontró Hugo Lamadrid, el ex volante de Racing  y San Martín que, para reflejar su historia, escribió el libro “El Renacido”, ediciones Al Arco. Desde traiciones de dirigentes hasta abrir una panadería para subsistir, este libro es un viaje en primera persona a un trabajador del fútbol. “Cuando llegás al final, hacés un recuento y en la carrera de jugador son más las tristezas que las alegrías”, suelta Lamadrid, a los 54. “Eso le pasa a cualquier futbolista normal, mediocre. No te hablo de los que están allá arriba, la gran mayoría pasamos la carrera sin salir campeones....”.

Hugo Lamadrid jugó en San Martín en el año 1995, proveniente de Douglas Haig, club al que posteriormente emigró para luego retirarse. 

-La tapa de tu libro dice: “Gloria, caída y resurrección de un trabajador de fútbol”, ¿pensás que esas palabras resumen lo que fue tu carrera?

-Creo que sí porque llegar a Primera División en un gran club como lo es Racing es un gran éxito. La caídas son todas esas cosas que fueron pasando; lesiones, desagradecimientos, pactos que no se cumplen, el retiro, sobre todo el retiro sin un mago. Y el resurgimiento, a más de 20 años que dejé el fútbol, tiene que ver con que hoy puedo decir que es una cuestión superada. Muchas veces cuesta esto de no superar al fútbol y no seguir viviendo de eso. Pero una vez que lo terminás de laburar, que te das cuenta de que uno es el resultado de las malas decisiones tomadas, y te hacés cargo, uno se empieza a reír. Pero cuesta verlo, a mí me llevó diez años.

-¿Y cómo viviste tu retiro?

-Cuando terminé de jugar no tuve tiempo ni para deprimirme porque me tuve que poner a laburar al otro día. Abrí una panadería y trabajaba 18, 20 horas por día. La cabeza no tuvo tiempo de llegar a deprimirse. Fue seguir día a día en un contexto de país que se metía en la crisis del 2001. Para muchos es muy difícil ocupar esos huecos que quedan vacíos en horarios fuera de lo común. En el fútbol se descansa mucho más de lo que se entrena y cualquier laburante trabaja más de lo que descansa. Cuando vos dejás el fútbol te das cuenta de que el tiempo te sobra, empezás a extrañar cosas. Uno se vuelve hasta resentido con el fútbol que tanto lo cobijó. Si no se tiene algo preparado, pensado después del fútbol, o si no tiene una familia que lo apoye, es un momento muy duro, muy difícil.

-¿Cómo te impactó el suicidio del Huevo Toresani, el año pasado?

-Me acuerdo de que cuando pasó lo del Huevo había mucha repercusión, móviles en Santa Fe, por todos lados. A la semana no se habló más y la problemática sigue estando. Entonces, acá hay una deuda muy grande con los jugadores de fútbol, para acompañarlos, al menos, cuando se arranca a tomar esa decisión. Una vez que la carrera arranca el retiro cada vez está más cerca. Y si uno no está preparado de la cabeza, al margen de lo económico o lo que fuera, tenés eso en la mente. Sabés que se aproxima, que hay un tiempo que vas a tener que ocupar y, la verdad, la pasás muy mal. Los jugadores pasan por los clubes, por ende, los equipos son un lugar de paso.

-Desde tu experiencia personal, ¿a qué punto se pueda estar mal?

-Imaginate, yo llegué a estar tan mal que casi mato a un tipo.

-¿Cómo fue eso?

-Una vez estaba en la panadería y entró un pibe a robar. Mi señora estaba adelante y yo en la parte de atrás. Cuando lo veo atrás del mostrador, lo llevé para afuera diciéndole que lo iba matar. Me acuerdo de que lo puse contra la pared. Yo siempre andaba con una cuchilla grande, y se la puse en la garganta hundiéndosela. Sale mi mujer a los gritos y recién ahí reaccioné. Fue en el momento justo. Porque pasaban cinco segundos más y capaz hoy estaba en cana. Mucho tiempo después, puedo analizar que esas reacciones tenían que ver con un montón de broncas y malos momentos que había acumulado y que no había tenido la posibilidad de elaborarlos y lo descargaba todo a través de la violencia.

-Se nota que tu pensamiento se deconstruyó con el tiempo...

-Obviamente que todo esto me llevó 10 años. Pasaron un montón de cosas a nivel personal y familiar que me llevaron a acomodarme mentalmente. Me tuve que adaptar a una casa donde los últimos 15 años nunca estuve al mediodía y quizás, de golpe porrazo, empezás a molestar cuando están barriendo. O los pibes a la noche lloran porque les duele el oído y tu mujer no decía nada, se arreglaba sola para no molestar. Son cosas que las descubrís cuando tu cabeza no está bien y eso te juega mucho en contra.

-¿Disfrutaste de hacer tu propio libro?

-Muchísimo. Lo que armé fue algo que te pega una piña de entrada, no podía permitir que vos, que compraste o llegaste al libro, te vayas al primer capítulo. No podía especular, a mí no me iban a esperan hasta el capítulo dos. Se logró y eso fue lo que enganchó.