Referente. Sergio Cabañas tuvo una gran carrera de jugador e incluso teniendo experiencias en equipos de Córdoba y Roma, en Italia. El Chivo ahora es entrenador en inferiores de Ausonia.

-¿Cómo empieza tu vínculo con el básquetbol?


-Arranca a los 11 años, en Urquiza. Mi papá (Armando Francisco) andaba en silla de ruedas y practicaba básquetbol, entonces yo desde chico siempre lo acompañaba así que el básquetbol lo tenía bien conocido. Pero recién a los 11 fui a probarme a Urquiza y ahí largué.


-¿Siempre basquetbolista?


-No. Desde los 5 años hice fútbol en San Martín. Era arquero por lo grandote que ya era en ese entonces. Me gustaba mucho, pero cuando comencé en el básquetbol hice un tiempo las dos cosas, pero me incliné por el básquetbol para siempre.

Cabañas desde los 17 empezó a ser Monitor en las divisiones inferiores de Banco Hispano.

-Imagino que no te arrepentís.


-Para nada. Elegí lo que me apasionaba y todavía hoy me apasiona. El básquetbol me encanta no sólo por lo que es el deporte sino por los valores que transmite para la vida. Es un deporte muy noble donde se pueden hacer amistades y crecer como persona.


-¿A qué edad debutaste en Primera?


-A los 15 años. Jugando para Hispano, a donde un año antes había llegado, contra el club Comunicaciones. Jugaba de escolta y me dedicaba cien por cien al básquetbol. Con esa edad tuve la suerte de jugar el último Argentino de Primera de Mayores que disputó San Juan en Jujuy, en 1991.


-¿Cómo siguió tu carrera?


-A los 18 años me fui a Córdoba a jugar al Noar Sioni: jugué en la misma Liga que los monstruos como Fabricio Oberto y Bruno Labaqué. Esa parte de mi carrera fue la mejor, pero me tuve que venir cuando falleció mi padre. Llegué a estar en una preselección cordobesa.


-Fue un golpe duro en todos los sentidos.


-Sí. Pero lo hice porque tenía que ayudar a mi mamá (María del Carmen) y mis hermanas (Alejandra y Edith), así que no lo dudé. Volví a jugar en Hispano, luego jugué Ligas con Lanteri e Inca Huasi, y en 1999 llegué a Ausonia por primera vez y me retiré acá. Ahora soy entrenador de las inferiores y es algo que me encanta.


-Tuviste un paso por Europa también.


-Sí. En el 2001 jugué en el Estrella Marina, en Roma. Era un basquetbolista profesional, aunque también trabajaba en una empresa que armaba muebles para el Congreso de Roma y eso me ayudaba en lo económico. Era un mundo totalmente diferente al de San Juan y yo ya tenía dos hijos y no quería que vivieran esa locura de ritmo y en un lugar donde había de todas las comunidades. Pese a andar bien, prioricé la vida familiar y regresé a San Juan.


-En Córdoba y en Roma decís que tuviste que priorizar lo extradeportivo para volver a San Juan, ¿te quedó la sensación de no haber sabido hasta dónde dabas como jugador?


-Siempre me quedó la espina de saber a dónde llegaría. Me encantaba ser jugador y donde me probé sentí que estaba a la altura, por eso tengo todavía esa pregunta sin respuesta. Pero uno hizo lo que pensaba mejor en ese momento y ya está.


-¿Cuál es la satisfacción más grande de ser entrenador de chicos?


-Que el día de mañana los veas ya recibidos y con una familia formada, y te vengan a saludar con el cariño que te tenían de chico. Eso es lo mejor de esta profesión. Más allá de sacar grandes jugadores como el caso de Juancito Hierrezuelo que llegó a la Liga Nacional y que es el caso más patente del trabajo que se hace en el club.


-Dirigiste a los mayores de Jáchal y fueron campeones del Apertura y el Pre Federal, ¿es otra historia los grandes?


-Es el mismo deporte, pero otro mundo. Igual, soy un agradecido a todo Jáchal por cómo me trataron pese a ser mi primer trabajo con Primera. Me entendieron a la perfección lo que pretendía y siempre con el respeto ante todo. Me quedó una gran sensación de esa etapa y más aún cuando pude dirigir a la selección sanjuanina en el Promocional.

"Me dicen Chivo por mi hermana Edith que no le salía decirme Fabián, que es mi segundo nombre, y entonces me decía 'chivi, chivi' y ahí en el club me pusieron Chivo. Casi nadie me dice Sergio".

 "El básquetbol argentino tiene un gran recambio. Se está haciendo un trabajo de búsquedas de talentos impresionante y en la dirigencia hay grandes glorias que están haciendo muy bien las cosas".

"Tengo cuatro hijos con mi esposa (Inés) y los tres varones (Fabricio, Emanuel y Pablo) todos juegan en Ausonia al básquetbol. La mayor, Romina, se dedica al estudio".