El juez José Atenágoras Vega (Sala II, Cámara Penal) aceptó ese acuerdo y, por el mismo delito, condenó al policía a 8 años.

Faltaban días para que cumpliera 12 años y en la casa de su mamá, donde se había refugiado días atrás porque no quería volver a la de sus bisabuelos donde se había criado, apuraban los preparativos para el festejo. Fue en ese trajín que la vieron rayar con bronca una hoja con un lápiz. También la vieron triste, al punto de que en un momento dejó caer su cabeza sobre el papel, devastada. Su mamá quiso saber y un llanto fue la respuesta. Aceptó finalmente hablar con una amiga de la familia, sin su mamá a la vista. Y aquella tarde del 3 de agosto de 2016, las lágrimas también embargaron a esa amiga porque la verdad resultó muy fuerte: "Mi tío me manosea", alcanzó a decir, callando detalles más crudos aún. Esa noche, las cosas se complicaron para ese tío, un cabo de la Policía (hoy de 47 años) que terminó en los calabozos de la seccional de Caucete. Acorrolado, esa vez el hombre le confesó a su mujer que lo increpaba a gritos: "Me la mandé con la ...", pero le aclaraba que nada había hecho contra la hija de ambos. En su teléfono dejó otra prueba más contundente aún de su autoría delictiva: las pericias en el aparato revelaron que, antes de ingresar a los calabozos, le mandó un mensaje a una abogada confesándole que había manoseado a una sobrina: "Estoy frito por bolud..., no sé qué hacer, me puede ayudar". Y otro más a un amigo al que también se incriminaba: "Me mandé una cag... por manosear a una sobrina".

El avance de la investigación resultó más desgarrador para la familia. El médico de la Policía supo que la nena ya no era virgen. Y un psicólogo descubrió por qué: en su entrevista a la niña, supo que su tío la manoseó dos o tres veces por semana, durante un año, en distintos lugares de esa casa, en la que vivía también el policía con su familia, y que aprovechaba una operación en una rodilla para que la nena le hiciera y le llevara el té a su habitación. Ahí generalmente ocurría lo más grave, pues a los manoseos sumaba la introducción de sus dedos en los genitales de la menor.

Al aceptar el juicio abreviado, el juez podía aplicar una pena igual o menor, pero no una mayor.


Esa psicóloga no encontró fisuras en el relato "altamente verosímil" de la nena. Otra más que la entrevistó habló de haber hallado en ella los síntomas usuales del niño abusado.

Y en el policía, otra psicóloga detectó una personalidad con rasgos perversos.

Entonces cerró para la madre ese cambio tan drástico de actitud en la niña, pues de ser callada y reservada había trocado a una conducta más agresiva y contestataria.

Cuando el policía llegó a juicio, evaluó con su defensor Marcelo Fernández que lo más conveniente era admitir su autoría en el delito de abuso sexual gravemente ultrajante agravado por la situación de convivencia con la niña y aceptar una pena de 8 años, el castigo que le propuso la fiscal Leticia Ferrón de Rago para ir a un juicio abreviado y no a uno común.

El juez José Atenágoras Vega (Sala II, Cámara Penal) aceptó ese acuerdo y, por el mismo delito, condenó al policía a 8 años.