En los cinco días de agasajos que le brindó España, el presidente Mauricio Macri reafirmó ante políticos y empresarios el credo gradualista. A la Argentina la precede una fama de imprevisible que él admite antes de que se lo recuerden. Se ofrece, en contraste, como el constructor de un nuevo modelo de largo aliento que permita salir de la recesión con bases sólidas.


Pero el cambio requiere tiempo y paciencia. "Esto es como una mesa", comentó en tertulias reservadas en su gira por palacios madrileños. Una pata es la inflación; otra, el déficit fiscal; la tercera es la deuda y finalmente el empleo. Cuatro variables entrelazadas que requieren correcciones. "Si una sola pata falla, la mesa se nos derrumba", advierte.

El desafío de bajar la inflación asoma como lo más urgente. Por eso considera vital la batalla de la gobernadora María Eugenia Vidal con los docentes bonaerenses, decididos a paralizar las aulas en rechazo al plan de aumentos del 18%.

"Es una cuestión central, porque hace a restablecer la lógica y el sentido común. Necesitamos un cambio cultural. Así como uno en su vida privada no gasta más de lo que tiene, el Estado tampoco lo puede hacer", insistió. Vidal tendrá su apoyo militante en este conflicto que recién comienza.

Pese al alto impacto previsto de las subas de tarifas en la inflación del primer trimestre, el Presidente confía en que la meta anual del 17% que fijó el Banco Central se cumplirá. Se requiere una reducción muy sensible a partir de mayo, comentan en su delegación: "Vamos dentro de las previsiones".


Si a nivel estatal el techo de las paritarias lo marca la inflación, Macri cree que en el ámbito privado hay que instalar la idea de que los aumentos sigan la dinámica de cada sector: la productividad tiene que marcar la raya.

El Presidente dijo en varias de sus intervenciones aquí que sindicatos y empresarios tienen que poner de su parte para que baje la inflación. Al Gobierno, añadió, le toca cumplir con el compromiso de reducir el déficit, la segunda pata de la mesa.

"La Argentina no es sostenible con un déficit de $ 413.000 millones. Y para colmo tenemos una carga tributaria asfixiante. Entonces el rojo que tenés lo pagas con inflación o lo pagas con deuda", evalúa el Presidente.

El financiamiento externo le permitió en sus primeros 14 meses regular el ritmo del ajuste para hacerlo más factible socialmente. "Por suerte el mundo entiende que tenemos que ir de a poco", dice.

"Para ser gradualistas tomamos deuda para financiar déficit. Pero no puedo seguir así todo el tiempo porque si no me quedo con un dólar clavado en 16 pesos que complica a la producción. En algún momento hay que parar", comenta.

En alguna charla mencionó los parámetros de la consultora de Roberto Lavagna, que hablan de un dólar a $24. Por último está el empleo. El Presidente admite que su administración enfrenta una "fuerte tensión" para sostener los niveles de ocupación. El gran desafío es manejar el "ecualizador".

Para bajar el déficit tiene que quitar subsidios energéticos, lo que repercute en la inflación. Los dólares financieros ayudan a tapar agujeros sin calentar los precios, pero planchan el tipo de cambio. El peso sobrevaluado afecta la producción y amenaza el trabajo.

Al modelo teórico lo complica aún más la política. Manipular variables se hace todavía más riesgoso en un año electoral. En sus días en España el Presidente no se cansó de repetir que la sociedad argentina ya cambió, que la dirigencia -oficialistas y la mayoría del peronismo- asume que hay un rumbo indiscutible hacia el desarrollo: apertura al mundo, disciplina fiscal, competitividad laboral, regulaciones de largo plazo.

Tal vez perciba las miradas de desconfianza y por eso hizo público en Madrid un compromiso, casi un mandato personal: "Yo voy a trabajar hasta el último día de mi gobierno para generar equilibrios y que las cosas perduren más allá del presidente de turno".

Fuente: La Nación