Ese lunes Sabrina se despertó a las 6 de la mañana. No podía dormir más. Terminó de leer unas pocas hojas que le quedaban pendientes del libro Recuerdo de la Muerte de Miguel Bonasso. En la mano tenía con tinta fresca el resultado del ADN que le decía que era hija de Tulio Valenzuela y de Raquel Negro, ambos de la Agrupación Montoneros, muertos en los "70 durante la dictadura en uno de los casos más resonantes de los años oscuros en el país. Y que tenía un medio hermano, Sebastián, hijo de Raquel (con su anterior pareja, de apellido Alvarez), que tras ser raptado con Raquel y Tulio fue devuelto a su abuela. Y que tenía toda una familia que desconocía, una parte de ella esperándola en San Juan, la tierra de su papá.
Era noviembre de 2008 y para Sabrina junto a su novedad de ser la nieta recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo número 96, se abría un universo paralelo. El de los Negro. Y el de "los Valenzuelita" como le llama ahora a su gente sanjuanina.
"Leí los libros sobre la historia de mis viejos, me agarró como un deber familiar", cuenta Sabrina, que se crió en Ramallo, provincia de Buenos Aires, bajo el apellido Gullino, con unos padres que la adoptaron de buena fe en el "78. Siempre le dijeron la verdad, que se las dio un juez tras haber estado en un orfanato en Santa Fe.
Pero no fue hasta que cumplió 30 años que se acercó a Abuelas y se sometió al ADN. "Estuve un mes esperando los resultados. ¡Lo que fue para mí saber que tenía un hermano más grande que yo que me estaba buscando! Caminaba por las paredes", cuenta.
Tras completar la lectura del libro de Bonasso, Sabrina le llamó a su hermano que estaba más cerca de lo pensado. Ella vivía sola en Rosario hace unos años y él, en la capital santafecina. Hacía un mes que ella había buscado una foto de él en internet y se había dado cuenta de que no eran muy parecidos: él tiene un aire a su papá y ella al suyo. Se había imaginado muchas veces abriendo la puerta de la casa y que habría un muchacho espiándola, pero él no sabía nada de ella, pese a que trabajaba en la Secretaría de Derechos Humanos de Santa Fe.
Ese lunes, mientras su amiga le decía que no le llame a Sebastián tan pronto, que le iba a dar un infarto, ella le habló.
"Me dijo qué haces negrita, y le dije qué haces y me dijo estoy en el baño encerrado llorando, me dijo ¿querés conocerme? y yo le dije ¡sííí!, y él me dijo en un bar, yo le dije en mi casa y a las dos horas vino. Mi casa estaba reluciente porque me puse a limpiar de los nervios", recuerda Sabrina.
Con la llegada de Sebastián a su vida, se empezó a armar el rompecabezas cuyas piezas conducían a San Juan.
Como una ráfaga llegó su identidad y su historia armada a pedacitos con relatos que se oyeron en Tribunales y apenas mencionado en las páginas de Recuerdo de la Muerte, a partir de los dichos del sobreviviente del terrorismo de Estado, Jaime Dri.
Raquel Negro había sido trasladada desde un centro clandestino de detención de Rosario al Hospital Militar de Paraná, donde habría sido ingresada como sobrina de Leopoldo Galtieri y habría dado a luz mellizos. Luego se agregaron pistas que dieron enfermeras y el represor Eduardo Costanzo sobre los mellizos que fueron llamados por las enfermeras Soledad y Facundo, que al ser trasladados a un hospital privado dejaron registros. Hay versiones no comprobadas de que el niño murió. Reconstruyeron que ella fue llevada a un hogar para huérfanos de Rosario por los represores Walter Pagano y Juan Amelong y desde allí adoptada con papeles por la familia de Ramallo.
Tras encontrarse con Seba, Sabrina llamó a San Juan. En la Avenida Córdoba, sus tíos Héctor -ex diputado provincial- y Jorge ya estaban al tanto de que su búsqueda durante 3 décadas rendía frutos en un inusitado regalo de la Navidad de 2008.
Ella llegó para Reyes, junto a Sebastián. En la Terminal la esperaban los Valenzuela, en una postal con primos y todo.
A la hija de Tucho (como le decían a Tulio), el destino se le había anticipado dos veces. Ella ya había estado en la provincia unos años antes, turisteando por la ciudad, cerca de su casa paterna cuando no sabía quién era. Era Semana Santa y como no consiguió pasaje, se quedó 4 días. Cosa curiosa, como cuando años antes de conocer a Seba, ella que es comunicadora social le hizo un trabajo para la Secretaría de Derechos Humanos santafecina que él coordina.
"Ese mes en San Juan nos la pasamos de charlas, con mi abuela, toda la familia de Tulio de San Juan, vi amigos de Tulio desde la juventud. Pasé mucho tiempo con mi tío que es noctámbulo, charlas de 6 ó 7 horas tenemos, y con el otro tío hacemos charlas de sobremesa. Así que cuando voy a San Juan no duermo, para recuperar el tiempo perdido", dice Sabrina.
"Fui 4 ó 5 veces y voy a ir para el cumple de mis dos tíos, el de Jorge es en mayo y el de Héctor, en septiembre. Ahora tengo que ir a buscar una encomienda que me mandaron de San Juan, ¡Me da una ternura, es una sorpresa por mi cumpleaños!", lanza la hija de Tucho, que no sabe exactamente cuándo nació, pero festeja siempre el 27 de febrero.
Sus primos sanjuaninos -que ella llama la Alicita, la Ale y el Jorgito- la fueron a ver a Santa Fe para su cumple el año pasado. Sus tíos fueron una sola vez, cuando tuvieron que declarar en la Justicia sobre su caso.
"Es difícil, son más de mil kilómetros", reflexiona. Y agrega: "A veces me agarra la desesperación, que fueron 30 años y tenés que compensar un poco con los que no estuviste".
Poco más de un año después de reconocerse hija de Tulio y Raquel, Sabrina se encuentra cosas de ellos: "Me dicen que soy más parecida a mi mamá, muy exigente, muy disciplinada. Y de Tulio saqué el gusto por la literatura".
A Sabrina le quedan muchos pasos por dar. Está convencida de que su mellizo está vivo, lo quiere encontrar y pide a los chicos de su edad que tengan dudas sobre su identidad que se acerquen a la verdad. Piensa que si fuera cierto que su padre se suicidó en cautiverio "era la última chance para no caer en la tortura, como una acción de valentía, no de cobardía". Y dice que con los militares "no tengo más resentimiento más allá del que podamos tener todos".