Los niños de dos años viven en la contradicción entre la absoluta dependencia del adulto y la incipiente necesidad de autonomía para poder llegar a alcanzar su individualidad. Su cotidianeidad discurre entre los impulsos que necesitan satisfacción inmediata, los afectos, pero también, las prohibiciones externas (control, vigilancia, censura).
En este entorno el adulto debe convertirse en un gran estratega de la imaginación y la motivación para hacer del control de esfínteres un reto atractivo y placentero y no una tarea tediosa y aburrida.