El camping Los Hornos, de Jáchal, permanece en silencio. Allí sólo se escucha el trinar de los pájaros. Sin embargo, desde las 8, todo cambia. En ese momento llegan unos 120 niños que copan el espacio y lo transforman en el centro de las Colonias de Vacaciones más ruidoso. ‘¡Ganamos, ganamos!‘, se oye por un lado. ‘¡Qué baile, qué baile!‘, por el otro. Los chicos juegan y gritan tanto que los profes, cansados de intentar que se escuchen sus instrucciones, se ríen y cuentan que quedan casi disfónicos, después de una mañana en esa colonia.
Los grupos no están dormidos, a pesar de que se tienen que levantar temprano. Y ni siquiera se ponen tristes cuando la pileta no se puede usar porque le están cambiando el agua.
Muchos ya se conocen y saben quiénes pueden brindarles un espectáculo. Llaman a Agustín y le gritan que haga la vertical. El niño se para en el centro de la ronda y, mientras sus compañeros aplauden, deja ver sus destrezas.
Siguiendo la indicación, el grupo forma dos filas. Se cubren los ojos con ropa y dirigen el tren trastabillando, mientras todos les dicen que se apuren. No falta el equipo que hace canciones con el nombre que los representa, el que grita que otros están haciendo trampa o el que festeja a viva voz el hecho de haber ganado.
En otro sector, las nenas hacen equilibrio mientras caminan sobre los bancos y pisan o saltan los colchones de colores. Se ríen cuando alguna de ellas pone mal el pie y queda al borde de caerse.
Todos tienen tanta emoción que no se callan ni dejan de reírse cuando desayunan, sentados en las mesas de cemento o sobre el césped. Y cuando llega el momento de volver a sus casas se van festejando, porque saben que al día siguiente volverán a jugar.
