"No es lo mismo criar hijos de joven que cuando uno ya es viejo. Es como que las agujas del reloj, que daban vueltas para un lado, de repente empezaron a dar vueltas para el otro lado". Con esas palabras describe Ernesto Díaz la sensación de haberse convertido a los 68 años en padre de sus pequeñas nietas Guadalupe y Rocío. Hace 1 año y 3 meses, él y su esposa Marta perdieron a su hija Paola Ivana a causa de una enfermedad tan breve como inesperada. Y de la noche a la mañana, se transformaron en los padres de dos nenas que para entonces tenían 3 años la mayor y 3 meses la más chica.
En la casa del Barrio Parque Independencia conviven el bullicio de los juegos de Guadalupe y de Rocío con la tristeza en los ojos de Ernesto, que se convierte en lágrimas cuando habla de su hija Paola. En el comedor, una foto perpetúa la sonrisa de Paola mientras Rocío juega en su corralito y Guadalupe ensaya las poesías que aprende en declamación. "Con ellas no hay casi tiempo de ponerse triste", dice. El único momento en que se endurece su mirada es cuando habla del padre biológico de las nenas. "Mi hija era mamá soltera y él era casado. Yo hice los trámites ante el juez para que las nenas estén a cargo mío y después en el PAMI, para que tengan obra social", cuenta. Las manos generosas de amigos y familiares también estuvieron disponibles y el hijo varón de Ernesto, que vive en la casa de al lado con su familia, siempre está listo para ayudar.
Ernesto trabajó en un aserradero hasta que se jubiló y ahora, para ayudar a la economía familiar, hace reparto de pan casero tres veces por semana. "Con eso y la jubilación de ama de casa de mi señora, nos vamos dando vueltas", dice Ernesto. Y si se le pregunta sobre quién es más permisivo, se apura a contestar: "Yo soy más blando. La abuela pone más límites. Pero es que los chicos ahora vienen muy rápidos, ¿vio?".
Además del territorio de la casa, sobre el que Guadalupe y Rocío han tomado posesión absoluta, Ernesto confiesa que también cedió la soberanía sobre el control remoto del televisor. "A ellas les gustan los dibujitos y con tal de no verlas llorar, yo prefiero que ellas decidan. Son dibujitos lindos, con canciones que aprenden y repiten. Entonces, terminamos viendo todos el mismo programa", dice y revela que ya es un experto en Backyardigans, Mecanimales y otros programas para niños.
La mayor preocupación de este abuelo-papá es el momento en que las nenas tengan que ir a la escuela. "Los niños siempre preguntan y cuando vean que ellas no tienen mamá ni papá, van a querer saber. Y yo no quiero que ellas sufran. Por eso lo único que espero es que Dios nos siga regalando salud y vida para verlas más grandes y felices", dice entre lágrimas.
