Cuatro relojes se detuvieron a la misma hora: 9.15, del 1 de mayo de 1990 -exactamente 30 años antes de hoy-; unos minutos bastaron para que la vida de 4 notables miembros de la sociedad de San Juan se viera arrebatada. La muerte los esperó agazapada en las serranías de El Tontal, en Calingasta, y tomó la forma de una de las más grandes tragedias aéreas de la historia provincial. El fatal desenlace es un acontecimiento que se repite en la mente de los memoriosos sanjuaninos. 

El motivo escapaba de lo ordinario. El experimentado piloto José Juan Licciardi; el subsecretario de la Gobernación y primo hermano del gobernador Gómez Centurión, Jorge Carlos Coll; el jefe del Aeropuerto de las Chacritas, mayor retirado Pedro Antonio Gallardo; y el empresario Jorge Enrique Estornell, se pusieron en viaje, a bordo del helicóptero de la Provincia -Esquilo HB-350- rumbo a una de las fincas que el dueño de Canal 8 tenía en Barreal. Iban a analizar la posibilidad de construir una pista de aterrizaje comercial en aquel lugar. 

La cabina, completamente destrozada. Los cuatro hombres fueron eyectados y sus cuerpos quedaron irreconocibles.

El vuelo era simple, pero tomaron "la ruta más peligrosa", informó el andinista Antonio Beorchia Nigiris tiempo después. Licciardi era un as del aire, que en sus 30.000 horas de vuelo -un récord- nunca había fallado; la navegación desde el Aeroclub de Pocito hasta las tierras de Estornell no presentaban gran dificultad, salvo que tomaran la ruta del cordón montañoso de El Espinacito, cuyas depresiones eran de cuidado; triste e inusualmente, así lo hicieron, sobre todo porque el piloto había recorrido antes la zona y no la recomendaba.

De cualquier forma, los tripulantes no estimaban demorarse demasiado, incluso el empresario de medios no canceló el almuerzo de negocios que tenía programado para el mediodía de aquel martes 1 de mayo. Por otro lado, no eran esperados en Calingasta -más tarde sería uno de los elementos de confusión- porque el gobernador Gómez Centurión había avisado que no viajaría. Entonces, el intendente no preparó nada para la recepción de los 4 hombres. 

La esposa de Estornell alertó la extraña demora. La mujer llamó a Barreal a las 18; su esposo ya debía haber retornado al hogar desde hacía varias horas; pero en el municipio nadie sabía nada. El pánico inicial no es descriptible. Hubo averiguaciones, chequeo de planillas, llamados, y nada. A las 22 se dio alarma provincial: oficialmente estaban desaparecidos.

Miembros de la Fuerza Aérea de Mendoza y Córdoba empezaron a patrullar las alternativas de viaje. Los sanjuaninos se volcaron solidariamente a la búsqueda en las inextricables montañas. También hubo rumores que intentaban calmar el desboque de los corazones pánicos: desde que los habían visto cazando guanacos hasta que era una operación secreta de tráfico de drogas

Hubo entonces un despistado puestero que dijo haberlos visto aterrizar en la noche, lo que otro rumor confirmó, dado que agregaba que los hombres estaban buscando una senda a lomo de mula. La esperanza embargó, sobre todo, a los familiares. Pero no había nada de razón en las desatinadas palabras del trabajador. Todos esperaban alguna comunicación de Licciardi, o alguno de los tripulantes: no llegó. Por esas horas, los prohombres sanjuaninos ya eran cadáveres. 

De Pocito a Barreal. Licciardi no recomendaba la ruta que él mismo tomó aquel fatídico 1 de mayo. El Espinacito "chupó" el helicóptero.

El siniestro ocurrió apenas unos minutos después de las 9.05. Un pozo de aire “chupó” el helicóptero hacia abajo cuando transitaban el cerro El Buitre -uno de los primeros del cordón de El Espinacito-, Licciardi luchó denodadamente contra la naturaleza, puso toda su experiencia en una maniobra para levantar la cabina del aparato -intentó, como dicen los profesionales, “llamarlo”-, lo logró; pero el rotor de la cola dio contra la montaña y quedó hecho pedazos. Pese a eso, el piloto trató de estabilizar el helicóptero, se desplazaron 200 metros más, chocaron con las montañas y las pintaron de blanco y rojo. No hubo nada más. El vehículo aéreo se “acostó”, las aspas chocaron contra el escenario pedregoso, los 4 hombres salieron despedidos, incluso con sus butacas. Iban a 200 kilómetros por hora, en una altura de 3.350 metros sobre el nivel del mar, dijeron los expertos.

El jueves, casi al mediodía, el ministro de Gobierno anunció en conferencia de prensa que habían encontrado el helicóptero con todos sus pasajeros y el piloto, muertos. Habían sido los Lamas mendocinos de la Fuerza Aérea quienes finalmente habían localizado el Esquilo HB-350.

Este medio fue el único que tuvo una cobertura de inicio a fin, con un gran despliegue fotográfico. Uno de los reporteros gráficos caminó 10 kilómetros en 5 horas para llegar al cerro El Buitre. El panorama era dantesco. 

Después acaeció lo dolorosamente inevitable. Los Lamas llegaron al Hospital Marcial Quiroga con los cadáveres a los costados, dentro de cabinas metálicas y envueltos en bolsas blancas de poliestireno. Hubo reconocimiento de cuerpos debido al nivel de destrucción que sufrieron; y posteriormente, los funerales. 

El traslado de los cadaveres al Hospital Marcial Quiroga.

El funesto accidente no escapó de algunas artimañas gubernamentales para no pagar el precio de la tragedia. El hijo de Licciardi, José Luis, averiguó sobre la pensión para su madre viuda y el seguro del piloto que había prestado servicio a la provincia. Según comentó José Luis, el secretario general de la Gobernación le dijo que su padre “había robado el helicóptero, lo había sacado sin autorización de la Dirección de Aeronáutica”. Azorado, el hombre visitó al gobernador Gómez Centurión, quien, de acuerdo a las palabras del hijo de Licciardi, dijo: “Aquí nadie le firmó la autorización para despegar… ¿cuánto querés?”. Así comenzó una puja judicial. 

El helicóptero de la Gobernación tenía seguro, los tripulantes, no. La falta de respuesta de la administración Gómez Centurión a las familias de las víctimas dio lugar a una puja judicial.

Pasaron años hasta que el Estado debió desembolsar 200.000 pesos para pagarle a la familia del piloto lo que les correspondía. Por supuesto, no fue fácil, ya que las autoridades estatales siempre apelaron las decisiones de los juzgados hasta llegar a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en donde debió agachar la cabeza. En cuanto a las compensaciones para el resto de los tripulantes del vehículo oficial de la provincia, no las hubo. Según el hijo de Licciardi, la gobernación arregló con las familias de otra forma. No obstante, nada de eso se comprobó. 

Al día de hoy, es lícito denominar a este terrible suceso como la máxima tragedia aérea de San Juan. Si bien preexistieron varias, y posteriomente también las hubo: como en el caos del helicóptero que transportaba al exgobernador José Luis Gioja, ninguna vio comprometidos tantas vidas.

Los protagonistas de la tragedia:

En orden de cuadrante. José Juan Licciardi, Pedro Antonio Gallardo, Jorge Carlos Coll, y Jorge Enrique Estornell. 

Jorge Enrique Estornell: empresario, heredero del negocio de cines en San Juan. Luego amplió su actividad comercial e incursionó en la vitivinicultura, convirtiéndose en el principal exportador de mosto concentrado. También se interesó en el mundo mediático, fue propietario de Canal 8 de San Juan y titular de Canal 7 de Mendoza.

José Juan Licciardi: piloto de avión desde los 17 años, era el hombre con más experiencia en el aire. Su larga trayectoria lo catapultó a la dirección de Aeronáutica de San Juan. Participó de decenas de operativos de búsqueda y rescate de coprovincianos. 

Jorge Carlos Coll: primo hermano del exgobernador Gómez Centurión y su hombre de mayor confianza. Llevaba apenas un mes al frente de la subsecretaria general de Gobernación cuando ocurrió el siniestro. Coll era identificado también por su faceta de empresario, por ser propietario de dos reconocidas farmacias. 

Pedro Antonio Gallardo: al momento del accidente era Mayor retirado de la Fuerza Aérea Argentina. Llegó a ser la máxima autoridad del aeropuerto de las Chacritas en 1987. El día de la tragedia cumplió 3 años como director. A fuerza de carisma se había convertido en una de las personas más conocidas de San Juan. 

Por Fernando Ortiz