Pese a la suspensión de misas, espectáculos culturales y deportivos, algunos habitantes de la Ciudad de México, con las mascarillas azules como accesorios obligados, no renunciaron al placer de pasear en un domingo soleado. Los centros comerciales registran menos actividad, pero no cierran; los restaurantes sirven sus delicias y las taquerías ambulantes inundan el asfalto del olor dulzón de la carne al pastor, económico tentempié. El descenso de clientela se nota, pero la metrópoli se resiste a apagarse, a pesar de las recomendaciones de cierre de las autoridades de salud para evitar contagios. En el barrio de la Condesa, centro de restaurantes, bares y discotecas, no faltaron comensales para el desayuno, que en México se alarga a veces toda la mañana. Otra cosa es Polanco, residencia de algunas de las cuentas corrientes mejor provistas, cerrado a cal y canto. En el Centro Histórico, el corazón de la ciudad, hierve el Zócalo, la mayor plaza pública del país, donde se localizan el Palacio Nacional y la Catedral. “Joven, ¿guía para la Catedral?”, pregunta un hombre con la mascarilla colgando. Insiste: “¿Viaje a las Pirámides? ¿Visita a Xochimilco?”. Ante la negativa, se aleja a buscar más turistas, bajo el son de un organillo. Un módulo de atención sanitaria ha delineado en la calle su sala de espera. Sentada, la joven Estefanía espera consulta. Tiene tos. Se alegra de la suspensión de clases hasta el 6 de mayo (…) con reservas. “Es bueno, pero tengo evaluaciones, por lo que es preocupante”, dice. La epidemia cuenta también con su propia cumbia, difundida en Youtube. “Porque dicen que es la gripa (gripe) perfecta y no saben que el chilango (apodo del capitalino) vive debajo del ´smog´ (contaminación)”, canta sobre la habituación a la insalubridad de los millones de residentes en Ciudad de México.
