Entre las cosas que atesoran apreciadamente mi memoria resalta una antigua casa, testigo de cientos de eventos, que hacen a la historia familiar. La vivienda, que por suerte aún subsiste robusta, fue construida por mis ascendientes con mucho esfuerzo en 1945, luego del terremoto del año anterior, que los dejó desguarecidos. Es de grandes dimensiones, de estilo rústico, con techo de cañas y paredes de adobes, adornado su techo con una fila de tejas que le dan un toque señorial. En una de sus esquinas se alza una especie de mástil, donde se colocaba una bandera en ocasión de las fechas patrias.

En esta residencia vivieron por muchos años mis tías abuelas, llamadas por los vecinos "las niñas Delgado” mote derivado de sus respectivas solterías voluntarias. Ellas tres -todas docentes- se dedicaron en el ocaso de sus vidas y con ahínco a cuidar su frondosa vegetación, preparar exquisiteces culinarias y, además, a enseñar catecismo a los vecinos de calle Salta, en Chimbas, sitio donde se encuentra. La vegetación, tupida y con variedades perennes, hacia y hacen de la casa en cuestión un pequeño oasis, sobresaliendo una centenaria mora, una magnolia cuyas hermosas flores puntualmente surgían en primavera, y un jacarandá, todos mudos testigos de reuniones familiares veraniegas. Junto a estas especies, una cantidad grandísima de geranios, rosales y otras especies más, plantados en canteros o macetas caseras, le daban al ámbito de la vivienda una vista paradisíaca. En una de sus habitaciones aireadas, mis tías solían reunirse secretamente y como si fueran alquimistas medievales, preparaban antiguos postres, cuyas recetas solían evadir ante las preguntas inquisitorias de parientes y amigos. De estas habitaciones salían sabrosos postres, como "bollos vidriados”, listos para ser horneados; "huevos quimbos”, o "ambrosía”, postres que para las fiestas navideñas o Pascuas de Resurrección hacían las delicias de los comensales. La tercera ocupación era ejercida especialmente por la menor de ellas, doña Carmen Delgado, la cual poseía un caudal de conocimientos de la doctrina cristiana, legitimados en ese entonces por la Parroquia de San Francisco de Asís, templo que tenía a cargo una zona de Chimbas. Una o dos veces a la semana asistían un grupo de niños, a quienes, con mucha pedagogía, los instruía de conocimientos bíblicos. A veces uno que otro sacerdote se acercaba a la casa, a interiorizarse del aprendizaje y departir con ellas, como el padre Pablo Ares, quien en aquellos años andaba en una moto "Gilera”. Pasó el tiempo y "las niñas Delgado”, fueron dejando este mundo, todas más que octogenarias, falleciendo a la antigua usanza, en sus camas, pues como era tradición la muerte era domestica, entrelazándose con la vida. Hoy la casa, quizá por alguna voluntad secreta, continúa cumpliendo funciones, ya que se utiliza desinteresadamente para realizar retiros espirituales o jornadas educativas, siendo conocida como "la casa San José”.