Bajo la mirada permanente de su inspirador, Emilio Massera, la ESMA era el escenario diario de una sinfonía de terror. Secuestros, violaciones, torturas, partos clandestinos y vuelos nocturnos con personas que eran drogadas antes de arrojarlas al río; documentos falsificados por las propias víctimas para fraguar identidades, robar propiedades y transferir bienes de los prisioneros a sus verdugos: una sintética descripción para justificar por qué el centro clandestino de detención más famoso del país se convirtió en el Auschwitz argentino.
