Silvio Julio Arias

Todos los días se ven jóvenes de pechera verde con calendarios y folletos. Generalmente transitan la Peatonal, el Centro Cívico, y los colectivos. Cada uno de esos chicos tiene una dura historia que pesa en su espalda, son mucho más que un insistente pedido de colaboración monetaria.

La primera vez que este medio se encontró con Silvio Julio Arias fue en un colectivo de la línea 10. Subió y empezó con los saludos de rigor al chofer y pasajeros, a comentar el estado del tiempo y esas cosas que amenizan un poco el monólogo que tenía que dar. Sorprendió. En el atiborrado transporte varios decidieron escucharlo. Era preciso y se notaba sinceridad en sus dichos. Fue breve, pero le alcanzó para decir de dónde era, parte del doloroso camino que tuvo que transitar y las actividades que hace.

La segunda vez que este diario se encontró con Silvio fue en la redacción. Arias llegó pasadas las 17 con su impronta que mezcla la sencillez en el vestir con la convicción al hablar. Está acostumbrado a recordar sus épocas más oscuras, son el motor para cambiar el presente y el futuro de su vida. Recordar es la tarea diaria, desde el alba hasta el ocaso: en la memoria reside su fuerza.

Silvio nació en la capital de Salta, es hijo de madre soltera y tiene cinco hermanos. Las relaciones familiares siempre fueron complicadas, no conoció a su padre y atravesó la difícil transición de una nueva pareja de su madre, de nuevos hermanos y de mayor abandono. Aunque, Silvio no reprocha ni se queja, sólo describe cómo inició el camino en el consumo problemático de drogas.

La familia pasaba por un pésimo momento económico, la madre trabajaba como cocinera y empleada doméstica para poder llevar algo de comida a los hijos. Se sintió perdido, que buscaba una identidad, un grupo, algo que lo contuviera y así llegó a los grupos de la esquina de la escuela a los 12 años. Primero probó el Poxiran, después la pasta base y así siguió, ya no probando sino consumiendo todos los días.

El país sufría aún coletazos de la impiadosa crisis del 2001 y todos los vínculos sociales y familiares se descomponían. En la casa de Silvio las cosas empeoraban y a los 13 tuvo que salir a robar para poder consumir. No hubo nada que lo detuviera y empezó a integrar una banda delictiva, dedicados al robo y a las estafas.

Al tiempo partió a Buenos Aires, a continuar con las actividades ilegales. En la urbe, una jugada salió mal y la policía lo detuvo.

“De los 15 a los 23 mi vida fue entrar y salir de la cárcel, aunque a veces tenía periodos de recuperación, pero no duraban”, dijo en voz monótona y tranquila. “Como era menor yo entraba y salía, me usaban para meter billetes truchos y robos menores”

También relató que al ser parte de esta banda, él tenía un lugar donde estar, gente que lo reconocía, que en ese entonces no veía que lo usaban. Aun cuando lo mandaban a comprar distintas sustancias a los peores tugurios del territorio bonaerense.

Así llegó a estar seis meses en un penal de menores y, al salir de allí, tres años en una clínica de recuperación estatal. Nada de eso pudo calmar su adicción. Como Silvio dijo, “nada calmaba mi dolor, mi odio y mi resentimiento”. Y son dos cosas que van, casi, de la mano.

Los tres años en la clínica fueron de aprendizaje, no quería volver y estaba decidido a dejar de consumir. Terminado el periodo volvió a su Salta natal e intentó permanecer “limpió”. Lo logró por tres meses pero flaqueó. Se lo reprocha a su falta de determinación para cortar los vínculos: amistades que le ofrecían drogas o simplemente que lo invitaban a fiestas en las que todos “estaban pasados”. Corría el año 2007 y la familia Arias había prosperado, sin embargo, Silvio recayó y, una vez más se fue de Salta.

Dios fue y es central en su vida, durante su segunda estadía en la provincia norteña conoció un templo y desde en ese día, sus idas y vueltas con la droga también se darían con Dios. Con una incipiente fe, llegó a San Juan con 17 años para ver a sus primos.

En tierra cuyana estuvo internado en el centro terapéutico Encuentro, una especie de granja ubicada en Caucete. 

“Tenía todas las ganas de cambiar y venía bien, pero de un día para el otro cerraron el lugar” dijo.

Vagó un tiempo por la provincia hasta que encontró un lugar cristiano, “ahí estuve sin consumir por dos años”. Con lo que parecía una vida, Silvio retornó a Salta pero los lazos afectivos volvieron a sabotearlo y “cayó”, como él mismo lo definió. “Es un calvario tremendo lo que viví”, y agregó que no es algo que le sucede sólo a le “gente pobre sino también a los que más tienen”.

Silvio y otros voluntarios de Remar entregando un plato de comida caliente a personas en situación de calle

Y el calvario siguió, por muchos años más. Al cumplir 23 se vio tirado, completamente destruido -con una relación amorosa que no iba para ningún lado e incluso, había estado preso un año- pensó que no quería más. Prácticamente huyó de Salta y escogió San Juan como el lugar para recuperarse. Conoció REMAR (Rehabilitación para Marginados) y concluyó que no volvería a tocar un gramo de sustancia narcótica. El cambio, como era de imaginar, costó demasiado.

“Cada día me levantaba y me levanto y le pido a Dios que me ayude”, dijo que es lo primero que hacía a la mañana y, después, la memoria. “Cada día miro atrás para no volver a la rutina de la droga” enfatizó mientras daba leves golpes en el apoyabrazos del sillón.

Hoy tiene 25 años y lleva dos años sin consumir absolutamente nada, asegura. Dedica su vida a ayudar a quienes pasan por situaciones similares a lo que tuvo que padecer. Es voluntario de REMAR y tiene a cargo un grupo de jóvenes en el hogar de la institución que está Villa Krause. “Hago lo mejor que puedo, transmitirles mi experiencia, aconsejarlos, guiarlos” comentó en relación a su tarea. El camino es dificultoso e intrincado, Silvio tiene hasta primos que están “perdidos en la droga” y hace todo lo que está en sus manos para que ni ellos ni nadie sigan o toquen el azotador camino del consumo problemático.

*Para realizar donaciones al hogar que dirige Silvio Arias pueden hacerlo comunicándose al 264 480-7374.