"Josefa, me parece que el rancho suyo se terminó de caer". Con más resignación que amargura, Josefa siguió preparando la mamadera de su bebé, que ya se impacientaba sobre el colchón puesto en el piso. "Y bueno, qué le vamos a hacer", se limitó a decir ante el aviso de su vecina, cuya familia permanece evacuada junto con la suya en la escuela Constancio Vigil, en Cochagual, Sarmiento. En total, 110 personas (más de la mitad son niños) duermen en las aulas desde el miércoles por la noche, cuando la lluvia se metió en las casas de la zona conocida como La Cívica de manera impiadosa. Y ayer sucedió el colmo: el techo de la cocina de la escuela, que ya los albergó hace 3 años cuando otra lluvia los dejó a la intemperie, cedió ante el peso del agua y se cayó. Y mientras las porteras de la escuela clausuraban la cocina para que a nadie se le ocurriera prender una hornalla con la fibra de vidrio colgando del techo, las mujeres se lamentaban de su suerte. "El lunes tienen que empezar las clases, pero no nos podemos ir porque nos hemos quedado sin nada", dijo una de ellas.

El patio de la escuela, embarrado y sucio, parecía de recreo, con chicos de todas las edades corriendo descalzos y desabrigados por todas partes. En una de las aulas, un equipo mandado por Salud Pública y encabezado por el director del hospital de Media Agua, Juan Carlos Leotta, revisaba a grandes y chicos. "Esto recién empieza -dijo el médico- y aunque es muy pronto para decirlo, creo que en lo que a salud respecta, vamos a empezar a ver las consecuencias de la lluvia en cuadros que ya existían de antes". Mientras, los exámenes de rutina siguieron toda la mañana e incluso colocaron algunas vacunas a los chicos. La noche anterior, desde el municipio de Sarmiento les habían llevado colchones, frazadas y módulos alimentarios, porque se habían quedado prácticamente con lo puesto. Y ayer volvían a asistirlos.

"No pude sacar nada de mi casa -se quejó María Ester, otra vecina- porque el agua se nos metió hasta la rodilla. Y por más que pedimos casa, no nos dan. Acá hay muchos niños, gente mayor, que necesitamos vivir en un lugar digno". Marcelo coincidió con ella: "Aunque sea que nos den el material y nosotros nos encargamos de levantar las piezas", dijo.

Todos tienen sus casas, de cañas, palos y nailon, por la misma calle de la escuela. En una de ellas permanecía doña Demencia, una mujer de 80 años que por no poder caminar, había quedado atrapada en medio de una laguna dentro de su propia casa, hasta que personal de Salud Pública la sacó y la llevó a la escuela. Su hija, que vive en el fondo en un ranchito todavía más precario, asistió a la escena con lágrimas en los ojos. "Hace un mes se murió mi papá. Y mi mamá, pobrecita, tan viejita y tener que estar pasando por esto", dijo en voz baja. Es que todo el lugar se inundó tanto que casi se ahoga hasta la chancha que estaba dentro de un corral y que fue rescatada a duras penas por los hijos de la mujer.

En otro sector de la calle vive José, quien ocupó casi toda la mañana de ayer en sacar el barro y el agua que se habían metido dentro de su casa. Afuera, sus gallinas buscaban refugio en cualquier lugar que pareciera seguro y algunas percas que José pescó en las lagunas colgaban de un alambre, entre poste y poste del patio. "Aquí ya no se puede vivir", murmuraba entre dientes, mientras mantenía una lucha bastante desigual con el barro que todo lo cubría.

A los reclamos por viviendas de los vecinos de La Cívica se sumó también otro pedido: el de la construcción de un puesto de salud para los habitantes de la zona, en un terreno que la propia escuela habría donado hace varias décadas. "Pero nunca lo construyen y dicen que casas para nosotros, no hay. Es como si no existiéramos, porque aquí no llega nadie: solamente el agua", resumió María Ester.