Pasaron más de la mitad de sus vidas haciendo lo mismo: acampaban en el megavertedero de residuos de La Bebida, atajaban la noche helada con pedazos de nailon anudado, comían lo que encontraban por ahí cuando no quedaba otra, tragaban humo y tiempo, ajando la niñez recién desertada y la adultez prematura. José Márquez pasó 12 de sus 22 años con esa vida en la basura. Germán Garay, 13 de 23. Se les nota en la piel, en las manos, en la manera de hablar un poco para adentro. Pero ahora también se les nota otra cosa en la mirada: el cambio de vida. Trabajarán con sueldo mínimo de 2.300 pesos, uniforme y elementos de seguridad en la flamante planta de tratamiento de residuos que será inaugurada hoy. Lo harán bajo techo, sin gases raspándoles la garganta. Y tendrán hasta aire acondicionado y calefacción. Son parte de los 58 ex cirujas contratados en la planta. ‘Creo que vamos a extrañar eso de tener la platita todos los días, porque ahora nos van a pagar por mes‘, dice José (a la izquierda en la foto), para agregar de inmediato: ‘Pero está buenísimo tener ahora un trabajo bajo techo‘. Sabe de lo que habla. De niño, se juntaba con sus amigos de La Bebida, entre los que estaba Germán (a la derecha en la imagen, con el gorro de River), y se iban todos al basurero para juntar plástico, vidrio, cartón, cobre y todo lo que pudieran venderles a las recuperadoras. Se movían sinuosos y alertas como anguilas en ese mar de desperdicios, y llegaban a sacar de ese trabajo, en días buenos (sobre todo los lunes, que es cuando la resaca dominguera dejaba a muchos cirujas fuera de combate), hasta 70 pesos cada uno para llevar a su casa. Entre los 15 pibes de la banda le pagaban al camionero, que por 70 pesos les hacía el flete hasta el negocio del comprador. Y cuando el camión era una manchita alejándose por la calle de tierra del vertedero, volvía a empezar la rutina: prender un fuego, acomodar el colchón de gomapluma apelmazada, armar el mate, parar los palos para apuntalar su cielo de nailon. Con los chicos también vivía de la basura Alejandro Contreras (sentado en la foto), quien emigró de su vida de jornalero en el Médano de Oro para terminar revolviendo en el vertedero. Con 61 años y 7 hijos, Contreras dice que nunca dejó que un chico suyo fuera a cirujear con él. Pero su familia vivió una década de ese rastrillaje entre las montañas de residuos y los humos ácidos de las quemazones. Por eso el hombre ya tiene destino decidido para su primer sueldo, algo que comparten los dos jóvenes: ‘En cuanto me paguen -profetiza-, voy al centro y compro zapatillas para mis chicos‘.