Mientras en el Hemisferio Norte los pájaros son noticia por estar muriendo en masa y de forma inexplicable, en San Juan hay un bicho volador que renació de sus propias cenizas: las langostas gigantes que habían causado furor y se habían convertido en un clásico veraniego hasta el 2009, volvieron a escena después de un año sabático. En la última semana, primero irrumpió una de ellas en una concesionaria de autos en pleno centro, y después otra inquietó a todo el mundo en un depósito de Rawson. Nadie sabe por qué ni para qué regresaron, pero ya son parte del día a día sanjuanino otra vez.

Cuando ya casi todos se habían olvidado de ellas, una de estas langostas entró volando a una agencia de autos de Rawson y San Luis, en plena siesta. El empleado que estaba en ese momento creyó que era un gorrión extraviado, o una paloma desviada, pero cuando se acercó, no lo podía creer: el insecto, de más de 10 cm de largo, mostraba su coraza símil goma de varios colores, altanero entre los escritorios. El dueño del lugar lo tomó entonces y lo metió en un frasco de café, para conservarlo como mascota excéntrica.

Algo muy parecido pasó al día siguiente en las cercanías de ruta 40 y calle 5. Un grupo de obreros trabajaba acomodando cajas de mercadería en un depósito, cuando se les vino encima uno de estos insectos, en este caso, de casi 15 cm. También decidieron conservarlo y empezar a especular si se trataba de una plaga o un caso aislado, si estarían proliferando por las lluvias de los últimos días o si serían consecuencia de algún fenómeno climático de estación.

Estas escenas habían sido muy habituales entre 2007 y 2009, durante tres veranos seguidos. El primer caso trascendió en Santa Lucía y luego empezaron a multiplicarse las apariciones de langostas gigantes en todo el Gran San Juan, tanto en los barrios como en los negocios del microcentro. Incluso llegaron hasta las afueras de Albardón, donde comenzó a darse una costumbre muy particular: los chicos capturaban las langostas, que casi no ofrecían resistencia, y terminaban adoptándolas como mascota. Las paseaban por el barrio asentadas en las palmas de su mano y de noche, antes de acostarse, las dejaban en algún rincón de la casa, para seguir con el entretenimiento al día siguiente.

Pero mientras algunos convivían perfectamente con los insectos, otros los veían con recelo. Por eso desde algunas entidades como Sanidad Vegetal y el INTA salieron a decirles a los productores que estos animales no son un peligro para las plantaciones.