De algún modo, Mariana Azcona dejó de dar clases como maestra jardinera, para dedicarse casi que de lleno a la cocina. Ella jamás lo había pensado. Ni había estudiado para chef. Ni siquiera tenía vocación de cocinera. Hasta que descubrió que Bernardita -la mayor de sus tres hijos- era celíaca. Con los resultados del diagnóstico en la mano (estudios que no fueron fáciles de realizar ya que en un principio le indicaron que tenía intolerancia a la lactosa) se le abrió un panorama desconocido, el que estaba ligado a la necesidad de preparar con exclusividad lo que su hija podía comer. “Empecé con una socia y ahora trabajo con otras dos personas, Damiana Gallez que es nutricionista y Fernanda Uzair que es estudiante de gastronomía . Esto para nosotras no es un negocio, ni mucho menos. Es responder a una necesidad: de ayudar a mi hija y a otros que están en situación similar”, dice Mariana, desde la cocina en la que preparan todo tipo de panificación apta para celíacos por encargo. Cuando a Bernardita le detectaron la enfermedad tenía 3 años (hoy tiene 8) y la realidad era muy distinta. “En ese entonces era muy difícil conseguir los alimentos o los ingredientes permitidos. Por ejemplo, había en todo San Juan, una única dietética, que hoy ya ni existe. No quedaba otra que cocinar en casa todo. Por suerte, de a poco esto va cambiando porque cada vez hay más negocios y las firmas van entendiendo de a poco nuestras necesidades como pacientes y como mamá. De todos modos, siempre tenemos una cuota de desconfianza si lo que compramos tiene gluten o no. Por eso, es fundamental el asesoramiento de las entidades que hacen inspecciones seguidas”, agrega. Para esta mamá, lo más difícil de la enfermedad aparece cuando el niño crece y comienza a tener vida social propia. “Cuando a Bernardita se lo detectaron iba al jardín maternal y no era complicado controlar lo que comía. Pero de más grande empiezan los problemas porque se tienta y le da mucha bronca tener esta enfermedad que no le permite disfrutar de comidas y golosinas como el resto”, dice la mamá. Para contenerla y demostrarle su interés, Mariana empezó a preparar todo tipo de repostería que en cada cumpleaños, su hija podía llevar en su vianda: galletitas, bizcochuelos, budines, piononos, maicenitas, tiramisú (además de panes y panificación salada). “La contención es fundamental. Por ejemplo mi hija va a una escuela donde los chicos comen en un buffet. Yo me acerqué y le propuse al señor que lo maneja si podía prepararle papas fritas, una vez por semana. Para evitar la contaminación cruzada, le llevé todos los utensillos. El las hace con todo el esmero y mi hija es feliz porque come lo mismo que sus compañeros. A veces, basta con buena voluntad”, cuenta la mujer.
