�Italia es una democracia parlamentaria. Los ciudadanos eligen por voto directo a sus representantes en el Parlamento, de composición bicameral: 630 diputados y 315 senadores.
El partido que más votos consigue tiene que formar gobierno, cuyo Primer Ministro emana del Parlamento. Si no obtiene una mayoría propia, se ve obligado a negociar una alianza con las fuerzas opositoras. Si fracasa en su intento, la responsabilidad de formar gobierno recae sobre quien quedó segundo en la elección.
Para facilitar la gobernabilidad, la ley electoral establece que la fuerza más votada a nivel nacional obtiene automáticamente el 55 por ciento de los escaños de la Cámara de Diputados, por más que haya conseguido un porcentaje menor de votos.
Pero las cosas no son tan sencillas en el Senado, ya que los votos no se computan a nivel nacional, sino a escala regional. Por eso es perfectamente posible que quien obtenga mayoría en una cámara no la consiga en la otra.
El 26 de febrero, el presidente Giorgio Napolitano se reunirá con varios líderes políticos y presidentes salientes del Congreso y el Senado. Terminadas las entrevistas, entrega al líder de la coalición (o del partido) más votado el mandato de formar un Gobierno, para dirimir quien será el primer ministro (máxima autoridad ejecutiva del país).
Esta persona acepta con reserva, comienza sus consultaciones y vuelve al Presidente con la respuesta, que suele ser afirmativa. Posteriormente presenta la lista de los ministros, que el jefe de Estado debe aprobar.