El lugar había quedado impecable. Las monjas de la congregación de las Hijas de Santa Ana se habían encargado de acondicionar ese edificio que durante años había estado ocupado por las gallinas. Lo limpiaron, lo dejaron como nuevo, lo ordenaron y decoraron, y el 18 de diciembre de 1943, estaban todas formadas en fila en el acto inaugural de la colonia de vacaciones para las niñas de catequesis de las parroquias de Buenos Aires. Así arrancó esa actividad, propulsada por el sacerdote Núñez Mendoza. Pero llevaba apenas un mes en su apogeo cuando el destino de esa casa cambió bruscamente: el terremoto de San Juan, del 15 de enero del "44, había dejado varios niños sin familia. Fue entonces que 30 niñas huérfanas, de entre 3 y 12 años, fueron a parar a ese lugar para quedar al cuidado de las monjas. Y la colonia quedó trunca en su primer verano, para convertirse en un internado que nació para las huérfanas del sismo, y hoy es la primera escuela privada del partido bonaerense de Pilar.

Aquel enero estaban todos revolucionados. Las niñas, que habían sido enviadas de San Juan a Buenos Aires en tren, llegaban al hogar con el pelo casi rapado para evitar los piojos, con guardapolvos para uniformarlas, algunas aferradas a algún peluche, y todas con la mirada desesperada de quien se queda solo en el mundo. Llegaban a un lugar tan ajeno, que para ellas daba igual la localidad Presidente Derqui, en Pilar, que la Luna u otra galaxia. Y así iban destinados miles de chicos huérfanos sanjuaninos también a La Plata, partidos de la Costa Atlántica, a la provincia de Mendoza e incluso a Chile.

"Su experiencia había sido muy dura, perder la familia no es algo fácil de asimilar, pero en este hogar tuvieron otra vez una familia", recuerda la monja Ana María Asselborn, quien aún trabaja en el ex hogar (hoy llamado Escuela Santa Ana en su nivel primario) en diálogo con DIARIO DE CUYO. La hermana Asselborn llegó como interna a ese hogar en 1958, cuando tenía 11 años, proveniente de Entre Ríos y en busca de un horizonte más promisorio que la chatura de los pueblitos del interior. Fue entonces cuando conoció a las huérfanas sanjuaninas que aún vivían allí y que ya eran jovencitas de 15 ó 16 años promedio.

"Las hermanas de Santa Ana les ayudaban muchísimo, nos ayudaban a todas, eran como nuestras mamás -recuerda la religiosa-. Nos brindaban de todo. Traían juguetes, nos hacían fiestas, nos pasaban películas. Eran nuestra familia". Las chicas sanjuaninas lo sintieron realmente así. Tanto, que muchos años después de haber dejado el hogar, ya casadas y con una vida hecha, algunas regresaron de visita. "Hay una chica de apellido Marticorena, huérfana del terremoto, que cada tanto vuelve. También una chica Lemos. Son varias, pero no recuerdo a todas", cuenta la hermana Ana María.

La actual asesora legal de la escuela primaria es María Eugenia Toledo y, aunque no estuvo en esa época (cuando la actual escuela se llamaba Instituto Cardenal Copello), conoce bien la historia de las huérfanas de San Juan. "El hogar no fue sólo un paso para ellas, no fue algo de transición: las 30 nenas fueron criadas y educadas aquí -cuenta-. Con el tiempo comenzaron a llegar otra nenas, por distintos motivos, y de 30 se pasó a 120 internas en total. Las chicas recibían capacitación en distintos oficios por parte de las hermanas de la congregación, y después, cuando cumplían los 18 años, también se les abría puestos de trabajo para que se desempeñaran en lo que habían aprendido".

Con el tiempo y el cariño que recibían en el internado, las nenas que habían perdido a sus seres queridos en el terremoto de 1944 comenzaban a superar el dolor. Se convirtieron en púberes y adolescentes con la cotidianeidad del hogar. Hacían sus tareas, estudiaban, recibían allí su educación primaria y también su formación en valores. Las fotos de aquella época que aún conservan en la escuela son elocuentes: a las internas, entre ellas las huérfanas sanjuaninas, se las ve activas y sonrientes, impecables en sus uniformes, con medias y camisas blancas y peinados muy a la moda de mediados de siglo pasado.

Adentro del instituto, la capacitación que recibían en distintos talleres preparaba a las chicas para su futuro laboral. Les enseñaban los oficios de las imprentas de artes gráficas, el manejo de las tipografías, la composición de escritos en los talleres gráficos, la encuadernación de libros y cuadernos. También hacían figuras de yeso para vender, fabricaban escobas y hasta aprendían a dorar metales. Una de las tareas más atractivas y originales que tenían en el hogar era colorear, totalmente a mano, las películas en blanco y negro para después verlas en el cine con esos colores pasteles típicos de esa época. Las chicas fueron ubicadas laboralmente por las propias hermanas de la congregación cuando se fueron del instituto y pudieron valerse de lo que habían aprendido allí adentro hasta que nació la escuela primaria, a principios de los "60. Desde entonces, el paso de las huérfanas sanjuaninas por esa casona rodeada de campos en Buenos Aires es parte indeleble de la historia de la institución.