‘Es un título honorífico, sólo eso. Antes que capellán del Papa, prefiero presentarme como misionero’, aclaró Francisco Enrique (84). Monseñor Enrique cumple 50 años de sacerdocio y los celebra con la presentación de un libro autobiográfico, que entre sus puntos salientes lo cuenta como un sacerdote constructor de capillas, fundador de los Boy Scouts de San Juan y el nombramiento como capellán del Papa, por orden de Benedicto XVI en 2007. Pero además, tiene un costado menos conocido, previo a su vida sacerdotal, ya que fue cosechador, marino y postulante a embarcarse como fuerza de paz en un viejo conflicto entre las Coreas del Norte y del Sur.

Séptimo hijo de ocho que tuvo el matrimonio de Juan Enrique y Dolores Valberde, Francisco nació en una casita de la calle 6 y Costa Canal, en Pocito. Pero a los pocos años su familia se instaló en Santa Lucía. Ahí empezó a vincularse con la Iglesia y con el avance de la adolescencia fue ocupando distintos cargos laicos. A los 20 años enfiló para Puerto Belgrano, para convertirse en integrante de la Infantería de Marina. ‘Fueron años muy lindos, una etapa intensa de mi vida. De hecho fui postulante para embarcarme en un buque de guerra en pleno conflicto de las Coreas, en 1950, pero finalmente Argentina no envió sus barcos. Luego volví a San Juan y trabajé en las viñas de mi padre, cosechando, podando y sembrando’, recordó.

También se involucró en la Acción Católica y fue entonces que, dijo, sintió el llamado de la vocación. ‘Dos años medité mi situación, pero cuando decidí que esa no iba a ser mi vida, llegó de visita un sacerdote, conversé con él y me abrió el panorama. Poco tiempo después entré al Seminario de Córdoba’, señaló.

El 14 de julio de 1963 fue ordenado sacerdote y lo enviaron a Desamparados, donde un año después fundó el movimiento Scout en San Juan.

‘En el ‘66 me mandaron a Angaco y ahí me llamaron el cura loco, porque organicé una fiesta que llegó a ser provincial, la Fiesta del Olivo. Con esa celebración llegó la energía eléctrica a Angaco, porque instalaron un transformador que nunca más sacaron. Es más, me enviaron cientos de olivos para plantar en las escuelas, que aún siguen’, apuntó.

Fue además párroco en Albardón, estuvo en La Merced, fue capellán de Gendarmería en Calingasta y en 1986 lo trasladaron a Santa Lucía. De tres capillas que había allí, construyó seis más, para totalizar en sus otros destinos, 11 capillas. En Santa Lucía, los vecinos aún recuerdan cuando entró a una casilla abandonada del ferrocarril, hizo sacar los durmientes y levantó la llamada Ferro-capilla de la villa San Cayetano. Además, fundó el colegio Parroquial de Santa Lucía.

Fue párroco hasta 2007, cuando por la edad dejó de tener jerarquía eclesiástica (algo así como pasar a retiro) y por su trayectoria, Benedicto XVI lo nombró capellán, un título honorífico del Vaticano. Igual, aún sigue confesando en la parroquia de Santa Lucía y misiona en la última capilla que creó, la del Chaparro, una zona humilde. ‘No imagino mi vida si no hubiera sido sacerdote. Y como dice el cura Brochero, seguiré misionando hasta el último de mis días’, confesó.