Desde la calle empedrada y a través de las flores lilas de los árboles, se puede ver la ventana con cortinas rosadas. Está en el segundo piso del edificio que abarca toda una cuadra y que se llama Portal Fernández Concha. Es la sexta habitación de la planta, está cerrada desde hace años y nadie sabe a quién pertenece. En ese lugar, dicen que es amplio y tiene piso de madera, hace casi 170 años vivió Sarmiento. Desde allí creó una innovadora escuela, escribió "Facundo", "Civilización y Barbarie" y redactó artículos periodísticos que causaron sensación en el país que lo recibió otra vez durante su segundo exilio.

Desde esa ventana vio cómo crecía la ciudad de Santiago, el corazón de Chile. Y cómo sus habitantes fueron modificando sus costumbres. Todo eso lo plasmó en el papel. En el edificio, un clásico de Santiago que pasó de ser un hotel de lujo a un paseo similar a una feria persa, nadie sabe quién fue Sarmiento y mucho menos que vivió allí.Tampoco saben a quién pertenece la habitación que desde hace varios años se encuentra cerrada y de la que sólo se puede ver la cortina. Lo único que en ese sitio recuerda la presencia del sanjuanino, es un par de placas de bronce colocadas en la esquina de las calles Ahumada y Compañía de Jesús. Fueron puestas por un grupo de profesores Normalistas y por el Gobierno de la provincia argentina de Córdoba, en 1942, cuando se cumplió un siglo de la apertura de la Escuela Normal de Preceptores de Chile. Pero estas placas pasan desapercibidas ya que las opaca el cartel luminoso de una farmacia.

La galería de la planta baja está repleta de pequeños locales que venden desde un celular hasta un "completo". Así llaman en Chile a un panchito al que le colocan hasta huevo frito. Mientras que en los pisos superiores del edificio recién pintado, hay departamentos, oficinas y hasta una peluquería. Uno de los primeros amigos que tuvo Sarmiento al llegar a Chile, José Victorino Lastarria, describió el lugar como "un salón cuadrado muy espacioso. Al centro había una mesita con una silla de paja y en un rincón una cama pobre y pequeña. En un sector había una larga fila de cuadernos abrumados en orden, como en un estante, pero sobre el suelo enladrillado en el que no había estera ni alfombra".

Desde ese lugar Sarmiento describió la ciudad en una nota que escribió para El Mercurio de Valparaíso: "El hacendado del Sur se desvive largos años para aumentar su ganado, para luego irse a la Capital para hacerse arrastrar ostentosamente por los atronadores empedrados en un brillante rodado, hasta el payo de la aldea sueña en Santiago y cuenta las maravillas que en ella ha visto las maneras de la sociedad se refinase desarrolla un lujo excesivo imitando a los europeos".

Hoy, ese lugar en el que en la época de Sarmiento se concentró toda la crema de la alta sociedad santiaguina, es todo lo contrario. La Plaza de Armas muestra una postal del Santiago más desgarrador y pobre. Ahora, la alta sociedad se encuentra establecida cerca del cerro, bien lejos del centro. Allí, decir que viven en lo "alto" no es sólo una metáfora. La división es tan profunda que parece que hubiesen dibujado una línea divisoria e impenetrable. Dicen en Santiago centro que hay gente que vive en la parte de "los ricos" (comunas de Providencia y Las Condes, al Este de Santiago), que nunca pasó de la plaza Italia y que ni siquiera conoce la Plaza de Armas.

El Chile rico está bien separado del Chile pobre. Los desafortunados quedaron donde hace casi dos siglos estaban instalados los más pudientes. Los palacetes y las construcciones de estilo europeo rebosantes de mármol y detalles de herrería artística, que resistieron a los terremotos, son muestra de una época de oro que se quedó en otro siglo.

Hoy, desde la misma ventana que observó Sarmiento, se puede ver que la Plaza de Armas es el sitio que eligen los inmigrantes ilegales y los vagabundos que se mezclan con los pastores evangélicos que predican la Palabra del Señor en plena siesta. La gente duerme en los bancos de madera que se asemejan a los de un ferrocarril de segunda clase. Hay lustrabotas en cada esquina, y no falta el que tira las cartas de tarot por la módica suma de 1.000 pesos chilenos (9 pesos argentinos). Una decena de artistas montaron sus caballetes frente a la Catedral y pueden hacer desde una caricatura a pedido hasta copiar en el papel la figura de la modelo de turno. Todo esto contrasta con los auguriosos análisis de los economistas chilenos que aseguran que desde principios del 2010, la economía de Chile está creciendo vertiginosamente y el índice de desempleo desciende a ritmos históricos.

Con todos sus contrastes, este lugar no deja de ser una atracción para los turistas de distintas partes del mundo, que desembarcan en una de las ciudades del planeta con más smog, y que toman fotos hasta de las palomas que se posan en los bebederos durante las siestas de verano. Mientras que escuchan la historia de alguna estatua o un viejo edificio que resistió tantos terremotos y que son los únicos vestigios de una época donde el centro de Santiago era puro glamour.