Cuando Sebastián Piñera aterrice hoy en la ciudad chilena de Constitución (fuertemente castigada por el sismo) tendrá la primera impresión del titánico desafío que lo espera tras esa tragedia.

Para llegar desde el helipuerto a la plaza central deberá esquivar baches y grietas en el asfalto. A su alrededor verá a personas hurgando en el amasijo de piedras y tejas de lo que hace un par de semanas eran sus casas.

El aire de Constitución, una ciudad de 50.000 habitantes a unos 360 kilómetros al Sur de Santiago a donde Piñera prometió viajar hoy apenas sea investido, olerá a pescado podrido.

Allí, entre las ruinas del casco histórico, Piñera pretende anunciar sus medidas de recuperación para esta ciudad y muchas otras destrozadas por el peor terremoto de la historia moderna, que dejó unos 500 muertos identificados.

Constitución ya recuperó el suministro eléctrico, pero las necesidades de los sobrevivientes son enormes y las expectativas de soluciones moderadas. El motor de la ciudad, una planta de celulosa que da trabajo directamente e indirectamente a más de 3.700 personas, está paralizada y con ella gran parte de la actividad económica de la zona.

Los habitantes de Constitución, que en una amplia mayoría no votaron por Piñera, dependen ahora del empresario de derecha.

La mitad de la población todavía no tiene agua corriente, las escuelas que atienden al 40 por ciento de los niños están dañadas y la población sobrevive con unas 14.000 raciones y 4.000 canastas de alimentos que distribuyen el Gobierno y otras organizaciones.

Miles de personas viven en campamentos y albergues y otras se hacinan en casas de familiares que resistieron el temblor y el embate de las olas. Los pescadores están volviendo a la mar, abrieron algunos comercios y la gente bajó de los cerros donde se había refugiado por miedo a nuevos tsunamis.

Pero Constitución sigue bajo toque de queda y militarizada para evitar saqueos y la situación está aún lejos de volver a la normalidad. “Constitución requiere de una reestructuración absoluta”, dijo Laura Albornoz, delegada del Gobierno central en la ciudad.

El panorama que le espera a Piñera tras el terremoto y los tsunamis del 27 de febrero es tan desolador que las autoridades locales compararon la ciudad con una “zona de guerra”.

“La esperanza es que haya un cambio (…) pero las cosas se ven difíciles con todo lo que se cayó”, dijo Enrique Rodríguez, un chofer de camiones de 42 años, que está sin trabajo al igual que muchos otros en la ciudad.

Marcelo Sepúlveda, un empleado público de 41 años que perdió su casa en el casco histórico donde se derrumbó el 80 por ciento de las viviendas, tiene fe en Piñera.

La respuesta del Gobierno saliente de Michelle Bachelet ante la emergencia fue demasiado burocrática, dijo mientras hacía fila para recibir ayuda humanitaria.

“Quieren entregar la papa caliente (al próximo Gobierno). Después de que asuma él (Piñera), todo se va a reactivar”, añadió.