Ni bien el avión atraviesa la espesa alfombra de nubes (en Copiapó siempre está nublado por la mañana), lo que aparece ante la vista es otra alfombra espesa, pero de arena, de tierra, de puro desierto en su más brutal estado. Tan brutal que hay sitios donde no existen registros históricos que alguna vez haya llovido. Así, enclavado en el corazón de Atacama, Chile, tan cerca del mar, tan cerca de la montaña, el pueblo se mueve por la minería y saltó a la fama mundial por 33 mineros que pasaron 33 días bajo tierra y salieron vivos. La riqueza de las montañas y los más variados métodos de extracción de esos tesoros, es lo que cautivó a Sarmiento durante su primer exilio.

Detenido en el tiempo. Casas bajas, coloridas, iguales, como fabricadas con el mismo molde, y las hileras se pierden en la falda de las montañas. Hasta ahí, la construcción podría ser similar a las de las provincias norteñas argentinas. Pero la invasión de 4x4 y ahora de taxis (para ellos, colectivos), hacen recordar que el pueblo sigue vivo porque las montañas todavía tienen tesoros para vomitar.

Por momentos el paisaje se parece los sectores más desérticos de San Juan. Pero sin el Zonda. En Copiapó el viento siempre es fresco y húmedo, como para que nadie olvide que el mar está cerca. De hecho, las nubes de la mañana, a la que los lugareños llaman camanchaca, se forman por el vapor del agua del mar y cuando el sol empieza a alcanzar su punto más alto, éstas empiezan a perderse en las quebradas.

Desde hace una década el río Copiapó no tiene agua, y el sector más cercano al pueblo que forma parte del "desierto florido", ya no tiene flores. Los hoteles (hay más que almacenes o kioscos), están atestados de mineros que llegan al pueblo desde distintas partes de Chile, incluso de Bolivia y Perú. Las calles quedaron tan angostas que la congestión del tránsito hacia el mediodía es tan caótica como lo que ocurre en las grandes capitales.

Mujeres regordetas con vestimenta llamativa, hombres curtidos por el sol y por el trabajo en la mina. En Copiapó hay pocos jóvenes y nadie duerme siesta. Abundan los talleres de zapatos, las botillerías (negocios que sólo venden bebidas alcohólicas) y sastrerías. Un par de supermercados grandes recuerdan la época actual.

Entre huraño y hospitalario. Así es el oriundo de Copiapó. Como si todo el tiempo estuviese preparado para estar bajo tierra y sobrevivir. Viviendo al día, como si nada hubiese cambiado desde la época de Sarmiento, cuando le tocó administrar una de las minas más productivas de la región. Y aunque el sanjuanino nunca tomó un pico (los registros indican que sólo se encargaba de la administración de la mina), pudo comprender la esencia de este minero, que a pesar del paso de los años, sigue intacta.

Copiapó se resiste a desaparecer, aunque parezca detenido en el tiempo. Más de 50 grandes empresas mineras explotan la zona y el milagro de los 33 mineros se convirtió en una bocanada de aire puro para un lugar en el que empieza a gestarse una movida turística alrededor de la tragedia con final feliz y que fue vista en vivo y en directo, por millones de personas de todo el mundo.