Trataron de usar su mejor vestimenta, o tal vez la única que tienen en buenas condiciones. Pero sus caras y manos curtidas, y sus pelos opacos y resecos, no pudieron disimular la forma en la que viven y tratan de estudiar. Son los 75 alumnos que van a una escuela ubicada en medio de dunas de tierra fina y arcillosa imposible de limpiar. Lejos de cualquier indicio de civilización, en la localidad Punta del Agua, en 25 de Mayo, está este humilde establecimiento llamado Padre Federico Grecco. Y es allí donde ayer estos chicos fueron agasajados y pudieron festejar, casi una semana más tarde, su merecido Día del Niño.
"Esta mañana los arreglamos un poco, pero acá es imposible no tener el pelo blanco", dijo la directora de esa escuela rural, Miriam Ferreira, para tratar de explicarles a las visitas el motivo de que sus cabezas estuvieran cubiertas de polvo y sus guardapolvos, amarillentos por la tierra. Ellos hubieran preferido recibirlos en mejores condiciones, contó. Entre ellos, ese aspecto es normal. Sus días de estudio son así: en una escuela en el medio de la nada, sumergida y rodeada por un mar de tierra, y que está a casi una hora de viaje en auto por una huella (la ruta 308) a la que se accede desde la ruta 20. Pero tanto los maestros como los chicos ya están acostumbrados a eso.
Contentos por la visita pero demasiado tímidos como para expresarlo a gritos, sus caras fueron la mejor manifestación de alegría. Con los ojos brillantes y sonrisas de muecas sin sonido esperaron ansiosos los regalos prometidos. Sabían que los iban a visitar y también sabían que les llevaban cosas. Formados en la entrada de la escuela esperaron la caravana de autos y furgones que transportaban las sorpresas. Eran de radio De la Paz y la Agrupación Virgen de Fátima (los organizadores), el gremio STOTAC y la Federación de Taxistas, a los que se sumó la agradable presencia de la Virreina del Sol, Belén Chávez. Les llevaron juguetes, ropa, útiles escolares, les hicieron un chocolate y hasta los hicieron jugar y bailar junto a Piñón Fijo.
Pero la ansiedad de tener los presentes en su mano tuvo que esperar porque tuvieron que escuchar una breve recepción para poder por fin recibir algún obsequio. La timidez demoró un poco más las cosas. Reacios a acercarse a esos extraños que les llevaban obsequios, tardaron en mostrar un poco de confianza. A lo que se sumó la vergüenza típica de los niños que viven en zonas rurales para hablar con personas que no les resultan familiares.
Para llegar hasta esa escuela, los chicos recorren todos los días a pie huellas de greda, otras veces usan caballos o burros, y hasta han tenido que nadar en épocas de lluvia cuando todo ese lugar se transforma en un pantano. La recompensa es que en el lugar les espera un desayuno y un almuerzo para calmar el hambre de todo un día. Pero ayer era un día aún más especial, así que pocos estuvieron ausentes.
Una vez que tuvieron algunos juguetes en su poder, los más chicos (a diferencia de cualquier niño de ciudad acostumbrado a recibirlos) se concentraron en descubrir cómo se debía jugar con ellos. En lugar de enrollar y desenrollar un simple yo-yo, lo arrastraban por el suelo o lo suspendían quieto bajo su piolín. Para los más grandes, la atracción fue el cubo mágico. Mientras uno se concentraba en juntar las caras del mismo color, los demás lo miraban con asombro e interés.
La jornada de sorpresas se completó con cantos, bailes y juegos. También con la promesa de volver para tratar de solucionarles algunas necesidades. Todo antes de la emotiva despedida que llegó a arrancarles lágrimas a los visitantes solidarios.

