Fue una explosión, un desahogo. Fue ponerle fin a una tortura, porque eso era para los brasileños pensar en la eliminación. El travesaño le negó la victoria más importante de su historia a Chile y el palo izquierdo del arco que defendía Julio Cesar los despertó de un sueño que parecía posible. Neymar se arrodilló en la mitad de la cancha y rompió en llanto, igual Hulk. David Luiz corrió descontrolado sin saber dónde ir ni con quién abrazarse. Felipao Scolari apretó los puños y corrió como pudo hacia el centro del campo.

En los penales, y gracias al guiño que le hicieron los postes, Brasil se liberó. Hubiese sido una mochila demasiado pesada de cargar para Neymar y compañía quedar eliminados en octavos de final en su Mundial.

Los 60.000 fanáticos que desde muy temprano pintaron de amarillo al Mineirao esperaban una fiesta, pero debieron sufrir y mucho ante la tenacidad del equipo chileno.

La herida que dejó abierta el "Maracanazo" de 1950 sobrevuela en todo momento en este Mundial, sobre todo porque el seleccionado está lejos de conformar a sus hinchas. Fue una explosión, un desahogo. Pero la mochila está ahí y la seguirán cargando porque a los brasileños sólo los conformará ganar su Mundial.