Juan D’arienzo irrumpe victorioso en 1936 en el disputado territorio de la popularidad. Acababa de cumplir 35 años, uno menos que Julio De Caro (estilísticamente ubicado en el otro extremo del espectro tanguero) se inició en el tango de chiquilín con Ángel D’Agostino al piano, el bandoneonista Ernesto Bianchi y Ennio Bolognini. Sus orquestas "típicas" grabaron centenares de discos. Su orquesta estuvo a la altura de la de Alfredo de Angelis, Francisco Canaro, Héctor Varela (músico), Anibal Troilo, Ricardo Tanturi, Osvaldo Fresedo, entre otras. Su música se escuchaba en las milongas de Buenos Aires y Montevideo y los instrumentos acusaban el clásico ritmo duro de los tangos con fuertes staccatos. También grabó milongas y valses.

A un mes antes de su muerte, D’Arienzo volvió a teorizar: "La base de mi orquesta es el piano. Lo creo irremplazable". "Mi mayor orgullo es haber contribuido a ese renacimiento de nuestra música popular".