El que llega primero al control remoto de la TV tiene prioridad, una pierna fuerte en el fútbol a veces genera una discusión y si toca servir o lavar los platos en la comida, no puede haber quejas. Tratan de no hablar de mujeres, no ven programas en la tele que altere las hormonas y no porque estudien para ser sacerdotes dejan de lado sus otras pasiones, como la música o los deportes. Son 28 "jóvenes normales", como les gusta definirse, residentes del Seminario Arquidiocesano, de Pocito, que por primera vez abrió sus puertas y permitió adentrarse en su intimidad diaria.
Lejos de lo que se ve desde la calle 5, el gran complejo que inauguró Italo Severino Di Stéfano por dentro está lleno de vida. Los seminaristas fatigan los pasillos, donde cantan los canarios amarillos de un sacerdote. Por la siesta se siente el ruido de la tele o los gritos de un gol que viene desde la cancha, mientras que más allá alguien rasga una guitarra. Y aunque no les gusta hablar del tema, reconocen que es inevitable que la gente piense o hable sobre sus votos de castidad a tan joven edad. Para alejar pensamientos, casi no hablan de mujeres; y cuando sucede, se apoyan en su fe y rezan.
A las 6,45 es la hora en la que suenan todos los despertadores y donde cada miembro del Seminario abre su jornada con una hora de oración. Luego desayunan, distribuidos en tres salas comunitarias: en una están los del curso Introductorio, en otra los de Filosofía (del segundo al cuarto año de estudio) y en la restante los de Teología (del quinto al octavo año). De 8,15 a 12,30 se dan las clases, el momento quizá de mayor silencio en el complejo de 12 hectáreas.
A la 13 se juntan para el almuerzo, preparado por Alberto Campillay, un empleado que trabaja en el lugar desde el día de la inauguración, hace casi 11 años. Ayer sirvió pescado con arroz, que es un buen menú: "Muchas veces, porque el dinero de las donaciones no fue suficiente, la olla se paró con lo que había, como pasa en cualquier casa de familia’, cuenta Campillay. Servir la comida o lavar los platos son tareas de los seminaristas, que siguen un riguroso cronograma.
La siesta es, generalmente, la hora de prender la tele, de 21 pulgadas y con DirecTV. Y el top 5 de preferencias de los seminaristas sale casi de taquito: deportes, MTV, películas, un programa que ven sobre videos asombrosos y Los Simpsons.
"Los martes y jueves tenemos deportes a la siesta, pero la verdad que todos somos futboleros y es el único deporte. Desafiamos a grupos de parroquias y hasta a los choferes de la línea 15, en nuestra cancha. ¿Si somos buenos? Y sí, hay talento’, se agranda Emanuel, quien está en el cuarto año de Filosofía.
A las 17 meriendan y luego retoman las actividades del Seminario, así estudian o cumplen con sus tareas programadas. Y es que los seminaristas limpian los 500 metros cuadrados que tiene el edificio, empezando por sus habitaciones, que son individuales y tienen baño privado. Cortan el pasto, en época de cosecha trabajan en los frutales y viñedos y, cuando toca, no los queda otra que afrontar la tan temida limpieza de los vidrios, que abundan en el lugar.
"Somos como una familia grandota. A veces discutimos entre nosotros, obvio, pero luego charlamos y queda todo bien’, dice José María, de quinto año.