El impacto de su cuerpo con las piedras fue tan fuerte que una de sus vértebras estalló y seccionó la médula espinal. Aquella tarde en el Dique de Ullum pudo ser la última para Eduardo Becerra (30), pero no, aún tenía mucho por vivir. Y disfrutar. Cuando baila folclore, suele cerrar los ojos y sentir que sus piernas cobran vida otra vez, que se mueven como antes por el escenario, aunque en realidad permanezcan inertes sobre su silla de ruedas. Para Eduardo no hay límites, como dice, y por eso volvió a las raíces que lo apasionan desde criatura: el baile. El albardonero integra el Instituto Danzares, ya se presentó hasta en el teatro de su departamento y en su último baile, durante la inauguración de la Casa de la Cultura, terminó ovacionado de pie.
La vida de Eduardo giró 180 grados una tarde de verano, cuando apenas tenía 17 años. Estaba en el Dique de Ullum y desde la playa salió corriendo para largarse de cabeza al agua, a toda velocidad. Pero la profundidad lo engañó y literalmente aplastó su cuello al chocar con un obstáculo. Se quebró las 4ta y 5ta vértebras de la cervical. ‘Perdí el conocimiento y quedé flotando boca abajo; me rescataron mis amigos. Estuve muchos días en coma, tres meses internado y sufrí una operación muy grande: con clavos y placas me fijaron la columna para poder sostener la cabeza. Me enteré de lo que pasó casi al mes, cuando me desperté. Fue un momento muy fuerte, muy angustiante’, recordó.
‘No voy a mentir y decir que empecé a luchar ahí nomás, porque me costó aceptar lo que me había pasado. Pasó más de un año hasta que enfrenté mi situación, pero a los tres años del accidente ya era independiente’, relató.
Eduardo, o “Potrillo” como le dicen sus amigos por su incansable fortaleza, se dedicó a intensificar su rehabilitación y a realizar trabajos artesanales, como su padre, el artesano Carlos Becerra. Instaló un local de venta y los siguientes años transcurrieron en constante evolución, incluso mejorando la movilidad en sus brazos y manos. Pero añoraba la danza folclórica, la que había abrazado desde niño, su paso por el Instituto Isadora Duncan, los cursos de perfeccionamiento y hasta las incipientes clases de bachata y salsa.
Fue el 21 de marzo del año pasado, el día de su cumple número 29, que una tía lo convenció para bailar con ella. ‘Me dijo que quería verme bailar de nuevo y me insistió tanto, que acepté. Y aunque tenía miedo al ridículo, me animé y fue como vivir de nuevo. Al poco tiempo me anoté en la academia y desde entonces bailo con Carolina Russo’, confió Potrillo.
De novio con Yanina, Eduardo también está haciendo un curso para personas en sillas de ruedas, para aumentar su independencia. ‘No me siento ejemplo de nada, sólo siento que muchas veces las personas sin discapacidades se ponen muchos límites. Yo trato de quebrarlos constantemente’, confesó.

